jueves

TENÉS RAZÓN, INFELIZ (DIOS ESTÁ LOCO)

El fastidioso sol me daba de lleno en el rostro, lo que me producía calor y malestar al mismo tiempo. Ni falta que hace describir mi cara. Detesto tanto madrugar como que me hablen cuando recién me despego de las sábanas. Tal vez eso explique o justifique mi nulo humor esa mañana.
Caminé cuatro cuadras desde que bajé del colectivo, y llegué al local ubicado en pleno centro. Pensé que el lugar estaría atestado de personas. Imaginando una larga y tediosa fila, cual peregrinación, compré el diario y cigarrillos para mitigar la espera. Fue en vano, como la mayoría de mis actos.
Llegué y no había ni un perro en la vereda. Entré sin golpear, como indicaba el cartel con letra gótica que colgaba en la puerta. Sorpresa número uno: no había imágenes de santos, vírgenes ni crucifijos; las paredes estaban cubiertas por fotografías. Sorpresa número dos: Dios estaba sentado tras un escritorio, tomando mate. (Durante toda la charla comprobé que el mate no se le lavó, por más que yo haya intentado en varias oportunidades moverle la bombilla ad hoc.) Tercera sorpresa: Dios le pegaba con su puño al monitor de la computadora que había sobre el escritorio.
- Pasá, sentate, mientras soluciono un pequeño inconveniente que me surgió- me dijo. Luego se puso de pie, arrancó el monitor y lo tiró al piso con entusiasmo, en un acto que marcó claramente la cuarta sorpresa de la mañana. Y no era la última.
Mientras me acercaba un espumoso mate, agarró el diario que yo dejé delante mío.
- Podrías cambiar esa cara- me sugirió.
-¡¡¡Ayyyy Diossss!!!- grité al quemarme- Está muy caliente...
Dios rió.

-...y amargo- continué.
- Es que dulce me cae mal a la mañana- me explicó.
Mi mal humor iba en aumento. Hice lo que siempre hago en esos casos: intento contagiarlo.
-¿Leíste el diario hoy?- le pregunté.
- Yo no leo los diarios. Apenas ojeo la parte de humor. A veces también me meto en Internet, pero me aburro mucho...
Jamás imaginé a Dios navegando en la red.
-¿Tenés e-mail? - ironicé.
-No- me respondió, y me miró de manera tal que comprendí al instante la estupidez que acababa de preguntar.
Busqué cambiar de tema antes de que me sintiera un completo idiota.
-¿Te importa si fumo?
- Si, me importa, pero vos podés hacer lo que quieras-
respondió.
Encendí el cigarrillo y agarré el nuevo mate que me estaba ofreciendo. Él, mientras tanto, conectaba el cargador de baterías a un teléfono celular. Luego se puso a pasar las hojas del periódico hasta que se detuvo en el horóscopo, y comenzó a reír. Eso me gustó.
-¿De qué signo sos?- le pregunté.
- Soy signo de mí mismo- dijo serio- ¿te quedó claro?
- Si, muy claro. Bueno... ya sabés a que vine ¿o no?
-Viniste a hacerme una nota; es decir: el viejo truco de no tener ideas para escribir y usarme a mí como tema.
- Bueno, yo no lo diría así aunque, admito, que sos un lugar común para los escritores…
- Eso no es cierto –
interrumpió El Señor.
- ¿No sos un lugar común? – me avergoncé
- Lo que no es cierto es que seas escritor – dijo, y rió.
Como el local no tenía cenicero, me paré y fui hasta la puerta para arrojar afuera el cigarrillo. Antes de volver a sentarme, miré con detenimiento las fotos de la pared. En todas estaba Dios sonriendo, abrazado a distintas personas que no reían. A la única que alcancé a reconocer fue a una ex novia mía.
- Que raro- dije recordándola- no pensé que creía en vos.
Sin dudas, mi comentario le molestó, porque soltó bruscamente el diario y me preguntó:
-¿Y vos?
-¿Y yo qué?
Dios me miró severo, sin ira pero sin mueca.
- Bueno... -confesé- no es que no crea, pero me resulta imposible entenderte.
-¿Entenderme? ¿Quién te dijo que tenés que entenderme?
- Nadie, pero me parece que vos hacés las cosas y no las explicas, entonces uno tiene que arreglarse como puede para interpretar lo que pasa.
Dios puso cara de "este pibe no entiende nada de nada", pero tuvo la gentileza de no decirlo. Me acercó otro mate y se puso a reiniciar la computadora, que ahora tenía un monitor plano. Ver que no me prestaba atención me hizo enojar.
-¿No me vas a explicar??? - le solicité vehemente.
- Aguardame un momento, por favor.
Me podría haber dicho "bancame un toque", para darse aires más modernos, pero no, Dios es un clásico. Tardó un buen rato hasta que la computadora amagó a arrancar. Me pareció que no entendía mucho del tema, pero no quise decirlo.
- Estas computadoras son del demonio- dijo al fin, dándole duro al teclado.
Me resultó muy gracioso el comentario. Luego de unos segundos, no tanto.
- No estás en onda- comenté, haciéndome el vivo.
-¿Qué onda?-
- En onda, Dios, así se dice ahora.
- No, digo que ¿qué onda vos? ¿O te olvidas de lo que hablábamos recién?
-¡Qué vivo!-
dije cuando entendí la broma.
Sonreí al recordar que mi amigo Salem me había advertido que Dios era un gran bromista.
- Dios... - dije - me gustaría que me explicaras las cosas que no entiendo de vos, que son casi todas.
Sonó el celular de Dios. Atendió, dijo "está acá conmigo" y lo apagó.
-¿Quién era?- quise saber.
-¿Qué te importa?
- Epa... que modales, Señor.
- Digo que ¿qué es lo que te importa saber? ¿Qué querés que te explique?
-¡Qué pillo!-
celebré-. Quiero hacerte, ante todo, una pregunta.
- Dale, acá me tenés.
Siempre creí que con esta pregunta lo dejaría mudo. Empecé:
- Dios, los amigos son los pares, los confidentes, los que afinan con nosotros, los que se nos parecen ¿no?
Él asintió.
- Y vos - continué- sos el número uno, el creador, El Capo, El Padre de Todos. Es decir, que todos los que existimos, tus hijos, tus ángeles, tus guardianes... todos somos inferiores a vos, a tu poder y a tu gracia. ¿me seguís hasta acá?- le consulté.
- Si, continuá.
- Dios... si no hay nadie igual vos, si nadie alcanza a estar a tu altura... vos... ¿tenés amigos? -
dije y me preparé para ver a Dios sin respuestas. Profetizando este vergonzoso momento para El Señor, había pensado no publicar su reacción. Sólo me limitaría a elegir como título de la nota la frase "Dios no tiene amigos".
Dios sonrió levemente. Luego rió y yo también. Pero él siguió. Llegaron las carcajadas. Se tomó el estómago con sus manos. Golpeó el escritorio mientras reía. Arrojándose al piso pegó varias veces con su zapato contra el suelo, mientras lloraba de la risa.
Yo ya no reía.
Él reía mucho.
Demasiado.
Se abusó riendo.
Ya me molestaba.
- Bueno Dios, suspendé.
Mientras se incorporaba y secaba sus lágrimas, encendí otro cigarrillo.
- Decile a tu amigo Salem, que vos también sos un gran bromista- dijo, mientras todavía le atacaban espasmos de risa.
-¿Y?- le increpé, acompañando con mis cejas la pregunta.
-¿Y qué?
-¿Tenés amigos?
- La amistad
-expresó adoptando un tono un poco más serio- es apenas un sarmiento de la vid del Amor... ¿me seguís hasta acá?- me consultó.
- Si, dale.
-...Y el Amor... Soy Yo ¿Te quedó?
- Si, me quedó
-refunfuñé (y yo que pensaba que con mi pregunta lo noqueaba).
Me repuse como pude..
-¿Qué más querés preguntarme? -invitó apacible.
- Eeeehhh... bueno, yo, eh...
-¿Y?-
insistió.
- Pará Dios, no me apures.
Me puse nervioso. Lo único que se me ocurrió preguntarle fue lo siguiente:
-A las mujeres... ¿También las inventaste vos?
- Si,
-dijo orgulloso- me lucí.
- Ya me parecía.
-¿Vos tenés alguna queja?-
inquirió Él, haciéndose el canchero.
-Muchas- contesté, pero no me dejó seguir...
-Me salieron mejor que vos.- aseguró.
-¡Yo no inventé ninguna mujer!- exclamé con convicción.
-No me refería a eso- Dijo Él con pesar.
-No entendí. Ves, no te entiendo.
Dios rió para sí.
- Y dale con eso de entender... - luego protestó- Los humanos derrochan sus energías en intentar interpretar todo cuanto ocurre; quieren entenderme; entender el motivo de la vida; entender el amor; quieren sentirse satisfechos con una buena explicación; quieren, en el fondo, tener la exclusiva razón.
- Es cierto-
afirmé con pesar- hace poco alguien me preguntó: "¿Vos querés tener razón o ser feliz?"
-¡Eso es sabiduría!-
ovacionó el Señor, mientras me convidaba otro mate.
-¿Y vos Dios, querés tener razón o ser feliz? -dije yo, aprovechando la ocasión para tomarme revancha de la pregunta sobre si tenía amigos. Dios tardó en contestar, lo que me hizo suponer que esta vez lo llevaba con una espada hacia la pared. Sentí un regocijo interno. Estuve a punto de cambiar de tema pero noté que al fin Dios iba a hablarme.
-Hijo- arrancó con un tono fraternal, entrañable, cargado de compasión- voy a hacer una excepción y trataré de explicártelo: ¿Vos escribiste cuentos?
-Si-
me jacté, orgulloso, y le recomendé mi preferido. Creo que no me escuchó bien porque en ningún momento me dijo que lo leería. Sólo murmuró, como lamentándose, algo así: "Yo le doy pan a cada uno..." Luego siguió con las preguntas.
-¿Y algún personaje puede ser más que vos? -
- No entiendo, Dios.- me sinceré.
- Digo que si algún protagonista de tus historias hace o dice algo que no se te ocurra a vos.
- No.
- Tenés razón, infeliz- celebró, y luego continuó diciendo- lo mismo ocurre conmigo, sólo que Yo Soy El Autor De La Vida. Yo inventé la razón, la felicidad, Inventé los inventos; Yo estoy por sobre Todo Eso, por encima de Todas Las Historias- dijo con firmeza pero sin petulancia.
- Es verdad- admití, y omití decir que, además, se lo veía feliz. Le devolví el mate. Supe que había vuelto a perder. Él, entre tanto, seguía entusiasmado...
-...inventé también el amor, el trámite de la muerte, el perdón...
-¿Perdón?-
interrumpí.
- Si, el perdón: "Remisión de pena o deuda; indulgencia, misericordia, remisión de los pecados"
- Ya sé que significa "perdón", me refería a eso del "trámite de la muerte". A mí me parece algo más complicado que un trámite.
- La muerte es un trámite, un paso previo a La Vida. Es como saltar un charquito de agua, toser y cantar...
- Que fácil lo decís, Dios. Vos porque no te vas a morir nunca.
- Error. Error. Error. Yo me muero todos los días junto a ustedes-
dijo Él, pero no lo entendí muy bien. Igual, no quise que me lo explicara porque intuí que no lo comprendería. Por otro lado, Dios no mostró mucho interés en ampliar el concepto (¿Habrá creído que era inútil explicarme?). No lo sé. Se me ocurrió que ahí mismo tenía el título de la nota: "La muerte es un trámite" Dios (sic).
- ¿Querés otro? - me ofreció El Jefe.
- No, ese título me gusta.
- Otro mate ¿Querés otro mate?
- Ah, bueno, dame.
Mi ánimo había decaído un poco. A Dios, claro está, no se le pasó por alto ello y me convidó a que le contara.
- ¿Gustás decirme o preguntarme algo más?
- Si, claro que si -
no dudé, y me escuché diciendo como por reflejo- ¿Cómo hago para ser feliz?
- Es muy sencillo. Sólo tenés que decidirlo.
- ¿Qué?
- Decidir, elegir, optar...
- Ya entendí el término, pero la idea me parece... eh... bueno, te lo voy a decir sin eufemismos: Dios, estás total y completamente loco o borracho o las dos cosas. Yo decido ser feliz pero no me ocurre nunca.
- La felicidad -
dijo Él con esa facilidad de palabras que lo caracteriza- es una elección, una postura, una actitud. No es -enfatizó- un lugar a donde tenés que llegar o un tesoro a desenterrar. Es una manera, La Manera, de vivir. Es una elección mientras caminás por la vida, y no un anhelo. Es un legítimo derecho para el que todos están facultados y sólo tienen que optar por ejercerlo. Es tan sencillo...
- Si, claro, mirá que bien. Con lo difícil que es la vida, con lo complicados que somos los humanos, con lo intrincado que es el amor entre las personas...
- ¿Quién te dijo esa sandez?
- Nadie -
afirmé con orgullo- lo sé porque lo viví.
Dios enarcó las cejas, sorprendido. Sonrió apenas y me soltó a quemarropa:
- El amor no es complicado, difícil ni intrincado, como vos decís. Es muy simple.
- ¿Vos me estás diciendo entonces que yo no...?
- Yo te digo -
me interrumpió- que el amor es simple y la felicidad es una elección. Naciste para ser feliz. Vos decidís, yo dispongo. Y chupate esa mandarina- agregó.
- Ah, que delicado. Disculpame, Señor Dios, pero no es así la cosa. Si vos sabés muy bien que en mi caso...
- Si, lo sé,
-volvió a interrumpirme- pero cuando digo elección incluyo de antemano la posibilidad de que no sea la acertada. Y no obstante eso, luego de equivocarte podés volver a optar.
Me perdí en la neblina del recuerdo de mi pasado sentimental. Encendí un cigarrillo y quedé pensando en las veces que me obstiné en el error, sabiendo que era tal, y que volví a optar por lo mismo. Sin excepción, en todas las oportunidades en las que me equivoqué siempre había tenido antes un llamado de atención desde mi interior, y siempre existió un instante de duda para decidir qué hacer. Supe también, que cada vez que pude cambiar no quise o me dejé convencer por la circunstancia o la persona. Qué estúpido.
Levanté la vista y ahí estaba Dios, sonriendo como si nada. Como para cambiar de tema, y aprovechando la ocasión de estar frente al Capo De Todo, le solté otra pregunta.
- Sé, lo admito, que no soy muy original con lo que voy a decir pero me desespera la intriga. Me gustaría saber qué es lo que me vas a preguntar el día que yo muera y te encuentre otra vez.
- Algo Simple-
contestó, feliz.
- Y dale con lo simple. Para vos todo es fácil, loco, porque vos Sos Quién Sos. Dale, decime así me preparo ¿qué me vas a preguntar?
Antes de hablar movió las manos exageradamente para indicarme que el humo de mi cigarrillo le molestaba. Para complacerlo, fui y lo arrojé a la calle. Cuando volví y me senté, al fin habló así:
- Lo que voy a preguntarte a vos y a cada uno de ustedes es qué hiciste con lo que te di.
Esa pregunta me cayó sobre los hombros con más peso de que hubiera creído. No dije nada. Dios también quedó silente. Lo miré para hablar o justificarme un poco al menos, pero no me salían las palabras.
- La gente piensa y se esmera- cortó Dios el silencio, con total autoridad- en el final del camino, en la recompensa, en el destino último del viaje, en llegar a la meta. Pero descuidan lo más importante: el ahora, el mientras tanto, el todos los días, lo cotidiano. Y es allí en donde está la clave. Es desde ahí desde donde se elige ser feliz con lo que Yo te dí. Ustedes se pasan largos períodos intentando alcanzar tal o cual cosa a futuro, descuidando el presente, el aquí y ahora mismo. Se olvidan que si hoy están, es por y para algo, pues mañana sólo yo sé si estarán o no.
Una vez más, Dios tenía razón.
- ¡Buen título ese! -
Dijo, metiéndose en mis pensamientos.
- ¿Y qué pasa con los sueños y los planes para el futuro? -pregunté sin entender mucho.
- Bienvenidos sean. Es lo que indica la aceptación de mi Creación y lo que confirma la fe en mí. Porque fueron creados para vivir, para defender la vida, para prolongarla y quien planea es porque desea vivir, desea honrar mi creación, honrarme a mí. Pero en verdad te digo que no hay que descuidar el mientras tanto.
- ¿Entonces está bien soñar, señor?
- Por supuesto, hijo. Hay que soñar, hay que pedir deseos...
- ¿Sos el genio de Aladino? -
lo corté.
- Soy el Único Capaz de lograr lo Imposible.
No me quedó la menor duda de eso. Otra vez quedé mudo. ¿Qué iba a decir? Ya estaba todo dicho. Por alguna razón, el encuentro con Él me empujaba hacia dentro de mí mismo. Me llevaba a repasar mis actos (casi nunca intachables). Hilando errores atiné a rememorar mis "descuidos" -como Dios los llama- y descubrí que eran muchos. Hartas veces enfoqué hacia delante sin que me importara mi alrededor. En tantas ocasiones prioricé el apego a lo material sólo para lograr que luego mi mayor capital fueran los pecados homónimos. Sin dudas, usar mucho el intelecto sirve poco, cuando lo que se pone en juego es la felicidad para tener la razón. "Tenés razón, infeliz", había bromeado Dios.
¿Había bromeado Dios?
Súbitamente recordé la oportunidad en la que discutí con un amigo sacerdote, acerca de los pecados. Reviví al instante mis caprichosos argumentos, mi afán por encontrar fisuras en ciertos dogmas, mi espíritu detractor, mi subjetivo análisis de las religiones monoteístas. Y recordé, también, la sencilla y certera definición que ese amigo me dio para explicarme cuál es el verdadero pecado: "No amarse uno y no amar a los demás". En esa media docena y media de palabras estaba el resumen de los conflictos del hombre, del mundo, el origen de las guerras y la explicación del porqué de tantos libros de autoayuda. Simple y cierto.
La amargura que sentía en mi espíritu se disipó cuando sentí la mano de Dios sobre mi hombro y supuse un abrazo, que demoró en llegar. Sus palabras me alentaron a que mirara hacia delante. En un gesto que marcaría mi voluntad para continuar pese a todo, alcé la vista con dignidad. Entonces la luz del flash de la máquina fotográfica que Dios sostenía con la otra mano, me achicó las pupilas de golpe.
- Es para mi pared. Podrías haber sonreído- reclamó.
- Podrías haberme avisado así me arreglaba un poco- protesté, mientras me frotaba los ojos.
- Como si con eso...- bromeó y logró mi risa. Quise sacar provecho de ese momento de calidez, por eso le pregunté:
- ¿Cuánto más voy a vivir?
- ¿No lo sabés?
- se hizo distraído (y el vivo).
- No, dale, decímelo ¿qué te cuesta?
- Nadie sabe cuando le toca el trámite de la muerte, por eso te digo que vivas hoy como si fuera tu último día.
- Así se llama un cuento mío
- me entusiasmé- ¿lo leíste?
- No
- ¿Te lo traigo para que lo leas después?
- No.
- ¿Te lo resumo?
- No.
- Dios, ¿al menos vas a leer esta nota cuando la publique?
El cuarto "No" sonó a definitivo. Dios no me lee. Mal título.
Como apurado, me dio un mate más, y se fue hacia atrás por una puerta blanca que tenía un largo espejo. Imaginé que me iba a obsequiar algo, aunque me llamó la atención que no lo hiciera aparecer con un pase mágico o algo así. Para eso es Dios, pensé.
Cuando volvió, yo ya estaba de pie, pronto a retirarme. Él se detuvo frente al espejo y se acomodó el pelo. Yo me asomé por sobre su hombro, y anonadado le pregunté:
- ¿Te reflejás en los espejos?
- No soy un vampiro
- contestó, seco, y dijo algo así como "Es tupido". No sé si aludía a su frondoso cabello o si en realidad dijo "Estúpido" y no escuché bien el acento. Lo cierto es que en lugar de un celestial regalo, traía en su mano una escoba. Omití la broma de las brujas temiendo un escobazo Divino.
- Te acompaño hasta la puerta - exclamó, y no me opuse.
Ya afuera, me abrazó y me dijo:
- Sé digno de cuanto te di. Yo Te Bendigo.
- Gracias Dios, que así sea
-murmuré, incierto.
Cuando salí caminando noté que Él comenzaba a barrer la vereda, silbando una canción.
No sé por qué, pero el día parecía más nítido; todo se hacía más presente; la gente que andaba por la calle resultaba menos anónima. Antes de llegar a la esquina, no resistí la curiosidad y volví sobre mis pasos. Dios me esperaba parado, con sus dos manos apoyadas sobre el palo de la escoba.
- ¿En serio voy a ser feliz? - insistí.
- Si vos lo decidís, sí. Desde ahora mismo.
- Gracias Dios, necesitaba volver a escucharlo.
Él me guiñó el ojo.
-¿Puedo hacerte la última pregunta?
- Si
-aceptó, imperturbable.
Yo estaba muy nervioso por escuchar su contestación. Su respuesta marcaría, sin dudas, mis pasos a seguir. Me jugaba la vida en esa.
- ¿Dios, voy a ser escritor?
- No.
- dijo Él, muy convencido.
- Ya me parecía. Gracias. Chau. Nos vemos, vos mediante.
Creo que Dios sonreía mientras yo me retiraba, con las manos en los bolsillos, silbando, sin tener razón. Tal vez feliz.

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