sábado

CON AMIGOS ASÍ...

NOTA: Dos cartas aparecidas en el año 2002, que intentaban defender a los entonces directores del Concepto DFyD.


Sr. Carmelo Capazzo:

Perdone que ya no lo tutee, cosa que he hecho durante el verano pasado, preferentemente de noche y particularmente bebiendo, pero ahora que estoy recompuesto creo que corresponde que asumamos la distancia que nos da la clase social, ya que no la edad.

Como usted habrá descubierto, el motivo de esta misiva no es otro que el de comentar sobre el suceso que vio envueltos a dos amigos nuestros, me refiero a Martín Aon y a Alejo Salem (por orden alfabético), personas que, si bien distintas, distinguidas y distinguibles, se confunden en una amistad y un afecto para quienes, como usted y yo, los miramos de cerca.

Usted, como todo hombre bien informado, estará al tanto de la solicitada publicada en numerosos matutinos (y también en 5ª y 6ª) del país. Allí un infame y cobarde periodista osó difamar a nuestros amigos catalogándolos de mujeriegos, ebrios y malolientes, entre muchos otros adjetivos falaces e inaplicables.

Convengamos que el término "mujeriego", si bien está aceptado por la Real Academia, es un tanto impreciso, cuando no ensalzador. ¿Cuántas mujeres debe uno contactar para serlo? ¿Acaso después de haber pernoctado con 2, con 20? ¿Es necesario yacer con esas mujeres para ser llamado así? ¿O sólo hace falta el intento?. Estas preguntas que torpemente esgrimo no esconden una defensa de nuestros amigos. Sólo trato de derramar una tenue luz sobre tamaña denuncia infundada.

Por otra parte, las mismas preguntas pueden ser, y lo son, aplicables al término "ebrios".

Con respecto al término "malolientes", la cuestión admite avanzar unos pasos más. Lo explicaré en breves palabras: todos conocemos a alguien a quien un olor le desagrada. Así, la palabra "maloliente" es tal vez la más subjetiva del diccionario. Con este procedimiento puedo acusar de maloliente a toda persona que utilizare una determinada fragancia; verbigracia: "Carolina Herrera for men", ya que me disgusta particularmente.

Creo que quien levante el dedo acusador deberá primero cepillarse las uñas, asear sus manos, enjuagarse, al menos.

Perdone que retome con el término "ebrios". Usted sabe que no quiero ser cargoso, paro la indignación me moviliza.

Hemos compartido -usted es testigo, cuando no promotor- innumerables noches literarias con estos dos amigos e incluso con algunos más. Creo que nadie puede disfrutar de una reunión entre amigos sin alguna bebida para compartir. Que Martín Aon y Alejo Salem (por orden de aparición) hayan tratado de comprar acciones de una firma productora de aperitivos, responde a un proyecto de inversión y no de inmersión, como ha sugerido este nefasto periodista que firma J. F., seguido de un número de documento, escudándose en un anonimato que le permite que yo no le rompa los huesos.

Sé que usted, más cerca de la sabiduría que de la vejez, sabrá dictar las palabras indicadas para calmar la cólera que me invade y la tristeza que ha dominado a nuestros amigos.
Atentamente.

Ezequiel Guernica

---------------------------------------------------------------------------------------------

Sr. Ezequiel Guernica:

Su respetuoso tono hacia mí no hace más que confirmar lo que ya sabía y tal vez no decía: usted es un verdadero caballero. Le hago llegar, junto con estas líneas, mi admiración tanto por su obra como por su persona.

Es de lamentar que el motivo que nos impulse a intercambiar estas esquelas sea el del acaecimiento que tiene como víctimas a dos amigos nuestros. Los queridos (?) y populares (??) Alejo Salem y Martín Aon (por orden antojadizo) fueron detractados pública e injustamente por un vil rastrero, resentido y envidioso que aprovechó la ocasión para intentar lucirse, alzando un estandarte que le es por completo ajeno.

No me interesa gastar adjetivos en ese oscuro periodista decrépito y demagogo, en ese pedante peligroso que -guiado por el despecho- escribió que nuestros amigos eran vistos con frecuencia merodeando a damas diversas, e incluso de vidas licenciosas, y no dudó en reputarlos de mujeriegos y hasta de rufianes.

El cretino, no contento con el daño, a poco de enterarse de una graciosa competencia que entre ambos realizaban, no vaciló en llamarlos pestilentes, hediondos y malolientes. Y aunque es cierto que ellos jugaban a ver quien pasaba más tiempo sin bañarse, este escriba impiadoso podría haber destacado el aspecto ingenuo y casi infantil de dicha justa.

La tercera de las falsas acusaciones es también la que más me indigna: sé que el fútil cronista esperó agazapado hasta poder verlos abrazados una madrugada, vomitando en una vereda, para gritar a los cuatro vientos que eran unos ebrios irredimibles; sin haberse tomado la molestia de constatar que además de líquido, también esputaban restos de lechón y chorizo colorado. ¿Ve cómo es? A quien anda mal del hígado no se le perdona ni un pequeño exceso.

Por todos estos sucesos, tengo que contarle, admirado Guernica, que una amarga reflexión nubla mi espíritu. Me entristece pensar que en las huestes encargadas de informara la población existan sujetos tendenciosos, sólo diestros en la ruin faena de tergiversar la imagen pública de personas de bien.

Ahora me invade otro pensamiento, que viene a copular con el anterior: si existen imbéciles que escriben noticias así, también hay homónimos que las leen y las creen. De este (no siempre estéril) apareo de necedades debe ser hija bastarda la mediocridad reinante con la que a diario nos topamos. Y así, sin más, hay personas que leen por allí que Alejo Salen y Martín Aon (por orden caprichoso) son unos ebrios, mujeriegos y malolientes y lo dan por hecho.

Lo digo y lo repito hasta el tedio (como al ajo): entre esas acusaciones y la realidad, existe la misma distancia que hay entre el lugar en donde estoy ahora y el que quiero llegar algún día; o, mejor aún, hasta el lugar que no llegaré jamás.

Junto con el frío, que me viene de la ventana entreabierta, me llega otra mala noticia: alguien cercano recién me alcanzó un artículo publicado en una revista hecha por y para mujeres. En el título del recorte se puede leer "Malditos Hombres", y en el correr de la nota (escrita como en el colectivo), me encuentro con que los nombres de nuestros vapuleados amigos encabezan el ranking de los "Machistas Mentirosos".

Respetado Ezequiel, me gustaría saber si lo ha leído y, si es así, qué piensa al respecto. Comprenderá -usted que todo lo entiende- que la aparición de estas femeninas infamias me han quitado hasta las ganas de explayarme; por tanto lo dejo en sus manos, ya que, de paso sea dicho, sabe mucho más de mujeres que yo.

Me queda la nada grata certeza de haberlo aburrido con mis quejas.

Le envío un cálido abrazo, y luego otro, desde los pasillos de la indignación.

Carmelo Capazzo

domingo

ANILLOS DE HUMO

ANILLOS DE HUMO


Bajó la ventanilla, dio la última pitada, arrojó la colilla afuera y subió el volumen del estéreo porque estaba sonando su tema predilecto y deseaba cantarlo con énfasis. Sacudía su cabeza hacia adelante y hacia atrás, siguiendo el ritmo, mientras se dirigía a buscar a sus amigos para ir a jugar al fútbol al club de siempre. Desde hacía unos cuantos meses se juntaban todos los días martes con la excusa de hacer un poco de deporte.

Faltando quince minutos para que terminara el partido tuvo que salir de la cancha porque le faltaba el aire y había comenzado a ahogarse. Más tarde, cuando en el vestuario sus compañeros de equipo le hicieran bromas diciéndole que así no llegaría a su cumpleaños número treinta, para el que sólo faltaban dos semanas, Camilo repitió la misma frase de siempre:
-Voy a dejar de fumar el día que encuentre al amor de mi vida. Es una promesa y así será- decía convencido y encendía un nuevo cigarrillo al que miraba fijo, como amenazándolo.


Sus amigos, pese a notar que el tabaco le estaba haciendo mal a su salud, le respetaban esa idea pues ya conocían cómo le funcionaba la voluntad en esos casos. En una ocasión había prometido que si salía victorioso de una traumática intervención quirúrgica a la que fue sometido, abandonaría por completo la ingesta de bebidas alcohólicas que por esos tiempos realizaba con vehemencia. El resultado no pudo ser mejor: la muela que le extrajeron exitosamente lo obligaba a ejercer la abstinencia etílica de manera permanente. Él había dado su palabra y por ello cumplió. Nunca más volvió a beber nada que contuviera alcohol, y, como ironía, comenzó a jugar al fútbol con una camiseta que en la espalda dejaba ver en forma ostensible el número catorce. Por todo esto es que grupo de amigos íntimamente sabía que él habría de cumplir su promesa. Para ello sólo faltaba lo que unos días después ocurrió…
Aquel domingo a la tarde Camilo salió de su casa decidido a encontrar un cenicero distinto para su colección. Uno que fuera extravagante y a la vez original. Recorrió todos los lugares de los que estaba anoticiado con idénticos resultados: tenían los mismos que él poseía. Cuando la tarde y sus ganas estaban mermando, súbitamente, recordó un lugar que días atrás le habían recomendado como el sitio adecuado para lo que pretendía.

Jamás una definición fue tan estrictamente cierta como esa.
Encontró ahí un cenicero de pie de sesenta centímetros de altura, tallado en caoba que representaba a una mujer sin rostro, desnuda con el cabello atado. De sus exagerados pechos salían dos rosas. La brillante terminación en laca le daba el toque imponente. Con ese cenicero ya se hubiera dado por satisfecho pero el destino le hizo un favor y lo dejó cruzarse con ella.
María: majestuosa. La Divinidad encarnada en el sutil contorno de un cuerpo de mujer. Perfecta, vital, joven, sensual, dolorosamente bella. Emanaba tanta paz y seguridad de sí misma que parecía capaz de calmar cualquier tempestad o de ordenarle al tiempo que se detenga o avance según su antojo.

Camilo se paralizó. Sudó. Las ideas se le amontonaron en la garganta y su corazón comenzó a latir al ritmo de su nerviosismo. Se encontraron en las miradas. Se reconocieron el uno en el otro, se necesitaron al instante. Se hacían falta por unanimidad.

La votación fue tan sencilla como directa: él propuso y votó a favor en cuatro palabras:
-Mañana a la noche- dijo con una voz que parecía de otros momentos de felicidad que, no encontró explicación lógica, aún no había vivido.
-A las nueve- sentenció ella, en una afirmación que más que a veredicto sonó a deseo.
-A las nueve - repitió él y salió del local, absorto, mirando el piso sin terminar de entender lo que le acababa de ocurrir. En las manos llevaba su extravagante cenicero.
En el auto, mientras fumaba y miraba la braza del cigarrillo, presintió que ese era uno de los últimos. Las promesas estaban hechas para cumplirlas y él, precisamente, era un promesante. Después de todo sería el mejor negocio de su vida. Recordó los calambres que de noche lo asediaban y lo mantenían despierto y dolorido hasta el alba. Sonrió al fantasear con ella como la mujer que podría salvarle la vida. Complacido, esa noche se durmió saboreando esa posible redención.

Lunes: el día acordado. La jornada transcurrió más lenta que nunca. Las nueve de la noche parecían más lejanas que la paz mundial. Pero finalmente llegaron a la misma hora de todos los días.

Entonces María y Camilo se vieron. Bebiendo agua mineral en copas azules esmeriladas, mientras resumían sus vidas en palabras simples y seductoras. Sus miradas estaban encendidas y cargadas de anhelos. Sus cuerpos se erizaban y estremecían a cada roce.

La habitación del hotel no tenía nada de especial, salvo un ramo pequeño de jazmines y sus ocupantes, que con la desesperación de dos convictos en fuga se hacían uno solo del modo más primario y elemental. Las respiraciones agitadas y exaltadas por el fulgor de la piel incinerándose, cabalgaban en perfecta sintonía, componiendo así la más armónica, intensa y excepcional melodía que a dúo, exhalaban al cielo como manifiesta expresión del amor una pasional plegaria, pidiendo la eternidad de ese preciso instante de plenitud total. Juntos crearon y habitaron su edén. Luego, temblando aun, volvieron a sus desnudos y transpirados cuerpos. El ramo de jazmines, que reposaba al lado del altar que en forma de cama había propiciado el ceremonial encuentro, aromaba sus extasiadas lágrimas.

Los dos conocían aquel proverbio que rezaba "No compartas tu almohada con quien no comparte tus sueños" y ambos lo habían padecido con anterioridad. Pero acaso ahora...

Súbitamente Camilo ya no deseó fumar. Lo asaltó la urgencia de cuidar su vida para entregársela a ella. En segundos percibió la necesidad de convertir su cuerpo en el más sagrado y puro templo para celebrarla a ella. Se juró no volver profanarse.

Más tarde, ya en su casa y mientras decretaba esa fecha como "lunes de Pascua", tiró a la basura la caja de habanos que abasteciera sus ansias nocturnas y sahumara sus ideas en esas noches insomnes en las que él fumaba en la cama con la mirada en ninguna parte, pensando en su destino.


Se levantó temprano con la convicción de no ser el mismo de siempre. Cuando iba en el auto hacia el trabajo notó que el mar reposaba de un modo peculiar, diferente y silencioso. Después se percató que las copas de los antiguos árboles que decoraban las plazas céntricas mostraban una variada gama de verdes muy vivos y notorios. Ya al atardecer, en la culminación de una jornada soleada y sin viento, contempló como nunca antes la caída del sol y la posterior coloración del cielo en tonos amarillos y rosados fundiéndose en el azul pastel predominante.

A la noche, mientras se dirigía al club a jugar al fútbol, detuvo su auto en la costanera y se puso nuevamente a contemplar el plácido mar que iba y venía sin apuro ni retraso, sin osadía ni timidez, cumpliendo con su labor sin emitir quejas. El llamado de un amigo a su teléfono celular para recordarle el partido en el club lo hizo sobresaltar y caer en la cuenta de que se había quedado hipnotizado con el ir y venir de las pequeñas olas. Manejó deprisa las cuadras que le faltaban mientras pensaba que nunca antes se había sentido así.

Sus amigos lo abrazaron al escuchar el relato sobre María y al comprobar, estupefactos, que no fumaba ni llevaba olor a tabaco consigo.

Lo habían visto tantas veces sufrir por continuos desengaños y por los inútiles esfuerzos por encontrar la persona justa para él, que por fin percibían que esta era la oportunidad para la que se había estado preparando toda su vida.

El partido, empero, debía comenzar. Dejarían para después los festejos correspondientes.

El primer gol que convirtió lo celebró bailando al ritmo de la música que se escuchaba en los altavoces del club; el segundo, haciendo un exagerado movimiento sexual, luego simulando encender un cigarrillo y levantándose la camiseta para dejar a la vista una remera blanca en donde se leía: "El fumar es perjudicial para la salud". Todos rieron.

A cuatro minutos de terminar el partido sintió que se ahogaba. Intentó respirar profundo pero el corazón se le aceleró más. Pensó en María, tosió y cayó de rodillas. Se le acalambró el cuerpo por completo. Las puntadas en el pecho se hicieron cada vez más intensas y el dolor se le tornó insoportable. No pudo hablarle a sus amigos que, pálidos, lo rodearon preguntándole cosas que él ya no escuchó. Volvió a pensar en la noche anterior y sintió amor, dolor, calor. Entonces un rayo de fuego le atravesó el corazón. Luego, el frío. Sintió el frío más indeseable que existe al tiempo que comenzó a ver algo difuso: la imagen femenina y sensual de su extravagante cenicero que iba modificando su gesto hasta adquirir el rostro de María, que sonriendo mientras sus labios emanaban humo en bocanadas que volaron sobre él envolviéndolo y acompañando el trayecto último de su caída. Su mirada se consumió poco a poco hasta apagarse en el momento en que la cabeza dio de lleno contra el suelo de la cancha.

Su quejido final, el ruido del impacto y los gritos desesperados de sus amigos, quedaron flotando en el aire como anillos de humo.
Para cuando llegó la ambulancia Camilo estaba muerto.

--Martín Aon

Nota: La ilustración está hecha por SIGMA.
En realidad, el texto es la excusa para poder publicar el dibujo.

lunes

EL CÓDIGO DE AON

Aclaración: El presente texto y el anterior se publican por pedido de los lectores del por ahora desaparecido Concepto DFyD. Sepan disculpar lo autorreferencial.



El Código de Aon
por el Comando Mocho
Ciudad de DFyD, mayo de 2176
Ref.: EL Código de Aon

Sr. Procurador:
S / D
De mi mayor consideración:

De acuerdo a lo encomendado cumplo en elevar la investigación sobre “El Código de Aon” que esta Comisión efectuara.
Lamentablemente debo informarle que la ausencia de documentación no permitió que se develaran todas las incógnitas sobre su contenido y su autor.
Relatos orales, grafittis en los baños y secretos dichos a media voz es lo único que mi personal pudo obtener.
Sin perjuicio de lo expuesto, a continuación adjunto nuestras magras conclusiones.

Atentamente.
Gustavo Lapolla III - Comisionado.

1. PRELIMINARES

Martín Aon (el apellido es el materno. Más adelante se consignará porqué el nombrado lo adoptó como alias) nació en las postrimerías del siglo XX y desapareció sin pena ni gloria en el ocaso del siglo siguiente.

Pocas precisiones existen de su vida, además de las consignadas en su dudosa biografía (que se publica más abajo).
Es mentado que Martín se autoproclamaba como escritor y líder espiritual; sin embargo varias crónicas orales coinciden en que sus únicas destrezas fueron las de huésped.

En su fingido papel de artista le gustaba hacerse el bohemio en los cafetines de la ex Patagonia Argentina –destino temporal de su destierro-, sosteniendo a los gritos que él vivía la vida artística de acuerdo a dos principios de su autoría. Uno sentenciaba que “EL ARTISTA DEBE ROMPER LA REGLAS”, el segundo dictaminaba: “EL ARTISTA SIEMPRE DEBE CAMINAR POR EL BORDE DE LA CORNISA”.

Es justo señalar en este informe que en verdad todo su trabajo –aunque roñoso, breve y fútil- se ciñó estrictamente a ambas máximas.

Efectivamente Martín rompió las reglas. Todas las reglas de la gramática y la ortografía, prodigándose en la abolición de la hache (H) y las eses (S) finales.

Fue un paladín en la sustitución de la C por la S y un cultor de la supresión de acentos incomodantes y diéresis inoportunas.

En un honesto acto de justicia también corresponde reconocer que Aon ciertamente vivió de acuerdo a su segundo principio, transitando por la orilla del precipicio, siempre arriesgando, siempre al borde. Al borde del buen gusto y de perder los pleitos entablados por escritores a los que saqueó concienzudamente.

De nuestra investigación surge que se destacó en el uso del comando CTRL + C copiando frases primero y luego páginas completas de cuanto escrito consideró que se le podría haber ocurrido a él mismo. Un poquito de Cortázar por acá, unas frases de Soriano por allá, una paginita de Bucay y sus saqueados por acullá.

Como dijéramos, prácticamente no existen datos fidedignos sobre su historial.

Hay quien dice que fue parquero en un club de tenis y vendedor de panchos por la noche. Otros no dudan en afirmar que instaló teléfonos en el sur de su país, haciendo lo propio con inodoros en barrios hostiles de su ciudad. Algunos sostienen que derrochó su saber oficiando de pelacables en diversos proyectos de escasa monta. Pero se cree más en la leyenda que declara que amasó una fortuna como Mago falible y la malgastó en la compraventa de automotores.

Unos enterados narran que destruyó la casa materna en un acceso de ocio creativo. Luego la reconstruyó al solo efecto de hipotecar el inmueble.

En un magnánimo gesto de generosidad dejó que otro cancelara el gravamen.

En honor a su progenitora y para envidia de los vecinos, construyó una avenida de dos carriles (que llevó su nombre) que recorría toda la longitud del hogar materno, conectando la vereda con el hall de entrada. De este modo se facilitó el acceso a la propiedad en un tiempo de 28 segundos; ello si no era detenido en el trayecto por uno de los dos estratégicos semáforos que instaló para poder hacer trucos de magia durante la luz roja y ganarse una propina de parte del recién llegado.
Varios coterráneos comentaron que tomó los apodos con que lo nombraban las señoritas de mala nota y con ellos bautizó una primera versión electrónica de sus escritos: Dragón (porque le salía fuego por el culo), Fantasma (porque a la hora de saldar una cuenta no se lo veía) y Duende (porque en realidad no era más que un alma en pena).

Tanto para evitar el oprobio a su familia como para desorientar a los acreedores, comenzó a ocultarse tras el alias de Martín Aon; hecho corroborado por las múltiples entradas que se aprecian en las libretas del carnicero y del dueño del bar.

2. EL CÓDIGO OBJETO DE LA PRESENTE.


A ciencia cierta pudo determinarse que el muy hijo de puta escribió su propia versión de las Sagradas escrituras.

Tamaño sacrilegio sólo se ve opacado por la segunda de sus hazañitas: en estos evangelios falsificados el propio martín se sitúa como protagonistas principal, en uno de sus gestos egocéntricos más destacados.

Así como Don Verídico en su época de gloria, o Manuel Mandeb en la plenitud de sus facultades, Aon pretendió – pero mediante literatura de dos pesos- ser el cronista de su era.
Este gesto altruista, este noble propósito narrativo sólo escondió el oscuro afán de perpetuarse indecorosamente como el objeto de adoración de un nuevo culto creado por su mente afiebrada en colaboración con su alma ruin.

Hay quien jura que a estos efectos dejó registrados un puñado de libelos infamantes plagados de textos autoreferenciales, con elogios a sus propias y dudosas virtudes.

Los folletines en los que se sentaban las bases de su nueva pseudo doctrina abundaban en citas vanidosas, extendiéndose en una hartura de oraciones trilladas en las que se dedicaba a endiosarse sin ningún pudor.

Aparentemente Aon fue un fanático acérrimo de la tecnología y el ocio; y se dice que para editar su Biblia eligió el ingenioso eslogan “Una imagen vale más que mil palabras” y por lo tanto su pasquín –con contenido de alto voltaje erótico- ilustraba las enseñanzas del culto mediante fotografías que pretendías iluminar a las masas hambrientas de pan espiritual.

Sus detractores en cambio, señalan que las láminas servían al único propósito de ahorrarle trabajo a su pluma miserable.

Este mezquino infame –dándose aires de misterioso- ventiló sus ignominiosas revistuchas bajo el nombre de El Código de Aon.

Se rumorea que el Código… establecía que sus feligreses debían adorarlo bajo la advocación de Capo, Chiquitodopoderoso o Tongochudo indistintamente.

Presuntamente el compendio detallaba una serie de normas heréticas que tenían por único objeto el de divinizar a su autor.

No existen pruebas que respalden la existencia de mensajes encriptados en los escritos blasfemos, por el contrario las evidencias indican que el autor bautizó de esa manera su afrentoso álbum en un ataque de envidia hacia su contemporáneo Dan Brown, quién sí obtuvo algún rédito monetario con su libro El Código Da Vinci (rédito que no le alcanzó para ganarse el respeto de su época, ni de otras).

Para beneficio de los incautos y para desgracia de esta investigación, los manuscritos originales de Aon –el Mesías Adulterado- fueron concienzudamente quemados en un acto público por un grupo de ex novias en un ataque de despecho y justicia.

Una minuciosa criba por varias bibliotecas de papel impreso que aun sobreviven nos permitió obtener algunas copias de unos escasos fragmentos de El Código…, que escaparon a la pira.
Dicha documentación es adjuntada en el…

---- ---- ---- ----

NOTA: El informe finaliza abruptamente acá, sin que la documentación haya aparecido jamás.
En el fondo del sobre lacrado, en el que llegó el informe firmado por Gustavo Lapolla III, encontramos un diminuto fragmento de un Perito Grafólogo que presuntamente analizaba una esquela escrita por Aon a su hermano, el único que siguió tratándolo con los años. Transcribimos la conclusión:

“…Asimismo, el uso de la sangría en la primera línea del párrafo denota una frialdad exasperante, puesto que utiliza el formato de una carta comercial para vincularse con sus familiares. Respecto a la repetición del trazo que sobresale en la base de las letras D mayúsculas (línea de fuga hacia la izquierda), su constante aparición nos permite aseverar que el autor del texto fue un individuo con tendencia a las personalidades múltiples, al abuso de poder, a la manipulación, a la ingesta desmedida se salamín picado fino y a la flatulencia traicionera…”

CONCEPTO DFyD

BIOGRAFÍA DE MARTÍN AON

"Soy inoportuno e intangible como un fantasma;
poco comprador e inconstante comoun duende venido a menos;
literalmente fantástico,como un dragón en desgracia."
Martín Aon


Algunas personas malintencionadas osan creer que empezó escribiendo machetes en la escuela. No obstante, al repasar un poco su historia comprobaremos que no fue exactamente así.

Nació en la ciudad de Mar del Plata, cuando en Argentina agonizaba el mes de mayo de 1976. Hay que aclarar, sin embargo, que durante esa vigilia no hubo estrellas que indicaran un pesebre, como él supone y pregona.

Martín Aon perfiló desde niño como alguien destinado a tener una existencia bastante peculiar: cuando a los cuatro años de edad creyó que su vida carecería de sentido si no corría tras los pasos (las gateadas, mejor dicho) de una vecina un tanto menor que él, sus padres supieron que se hallaban en presencia de un singular y precoz problema.

Un fugaz repaso de su niñez nos permite descubrir su prematuro carisma convocante. No era extraño verlo rodeado de compañeros y maestros: unos, para golpearlo sin reparos mientras lo persuadían para que devolviera los útiles escolares de los que, risueñamente, se había apoderado; otros, para rescatarlo de las garras de los niños justicieros por mano propia. Con el carácter templado que los años de docencia proporcionan, el pequeño Aon era tomado por sus orejas y arrastrado hasta la oficina de la directora, sitio en el que permanecía casi más tiempo que en su propia aula.

Allí, de pie, mirando fijo la unión de las dos paredes formando el rincón, en su espíritu comenzó a despertar su apetito de escritor. Y no tardó demasiado en manifestarlo, pues a los pocos días la escuela amaneció con todas las paredes escritas, cual páginas apócrifas, con pintura en aerosol de color azul. Las inscripciones se referían tanto a los compañeros "Alcahuetes", como a las docentes "Gordas y bigotudas". Tal vez por la forma de adjetivar, por la delicada prosa o porque no resistió la tentación y firmó los mensajes con su nombre, poco demoraron en descubrir al autor de las leyendas.

En el interrogatorio, el niño arguyó haber estado inspirado y prometió que -si lo dejaban- la segunda entrega sería sublime. Pero el consejo escolar, la asociación cooperadora y una nota del ministerio de educación de la provincia de Buenos Aires, no perdonaron la expresión artística y condenaron al pequeño talentoso a un intenso tratamiento psiquiátrico y, posteriormente, a permanecer en carácter de pupilo en un reformatorio juvenil (lugar de donde se fugó sin ejercer la menor melancolía, no sin antes autografiar la celda de castigo con tinta de su propia producción).

De su adolescencia son pocos los datos que poseemos. Sabemos, sin embargo, que fue un precursor en el juego del teto, y que asistió a diversos talleres literarios de donde se llevó, no sólo un buen recuerdo, sino también varios manuscritos ajenos. Otro dato de esa época es que por ser un joven muy sensible cayó en las redes del amor rápidamente.

Supo enamorarse hasta de tres mujeres al mismo tiempo; circunstancia que no le impidió en absoluto comprometerse casi simultáneamente con todas.

Aquí aparece otra vez su roce con las letras: Se dice que les escribía cartas de amor. Luego, por falta de tiempo o de ideas, comenzó a redactar una sola misiva, encabezándola "Amor mío" y fotocopiándola sin cargo en el quiosco de un amigo. Satisfacía así, su triple demanda amorosa y epistolar.

Con el objetivo de enriquecer estos datos, fuimos a consultar a esta terna femenina. El resultado arrojó, una vez más, pruebas irrefutables acerca de la diversidad humana a la hora de las definiciones: "Cretino", escupió una; "Inescrupuloso", soltó la segunda; "Promiscuo", lloró la tercera.

Entendiendo que el despecho corroe cualquier intento de objetividad, es que preferimos pasar por alto a sus antiguos amores y salimos en busca de testimonios más veraces, como el de sus hermanos y hermanas.

Sus cercanos sanguíneos se mostraron displicentes y sólo aportaron cuatro palabras pentasílabas: "Insoportable, degenerado, impertinente e irredimible".

A decir verdad, estas palabras tampoco deben tomarse en serio, pues están cargadas de rencor debido a que, por un hecho que hasta hoy permanece en la oscuridad, es creencia familiar que el joven autor hipotecó la casa de sus padres y no impidió que las fuerzas legales la remataran. Esto nunca ha sido comprobado hasta la fecha, así que la calificación maternal de "Canalla, infame y usurero" es apresurada y tal vez injusta.

Recogimos de su barrio algunos testimonios de vecinos y ex amigos. Palabras más, palabras menos, todos dibujaban el mismo erróneo perfil: "Egocéntrico, altanero, pedante y soberbio". Un hecho ocurrido hace mucho tiempo desmiente categóricamente esta blasfemia. Dando muestras más que suficientes de su humildad, y reconociendo sus limitaciones, en una confesión pública exclamó que él no había nacido con los dotes y la capacidad necesaria para trabajar, por lo que se abstendría de ahí en más de cualquier intento al respecto. Llovieron, por parte de los intolerables de siempre, toda clase de calificativos del tipo: "Gusano, vago, larva, etc.". Fue por eso, y porque lo echaron a patadas, que emigró buscando nuevos horizontes.

Se dice también, que estuvo distintos calabozos por culpa de impacientes maridos que, dominados por los celos, lo acusaron de haber seducido y engañado a sus esposas al solo efecto de hacerse mantener. Se cree también, que sus textos son hijos de largas noches de vigilia en dichas celdas, cuando debió permanecer despierto, ya que algunos compañeros no soportaron sus bromas y deseaban nocturnas venganzas (otros creen, simplemente, que sus obras fueron concebidas gracias al saqueo llano y directo).

Una de las últimas veces que fue entrevistado, comentó que se encontraba dedicado al séptimo arte, y contó que mientras la mujer con la que estaba viviendo trabajaba, él se quedaba en su casa viendo películas para tratar de inspirarse. Se supo que al tiempo fue exonerado por dicha dama.

Afuera de estas líneas quedan sus épocas de monaguillo y sus intentos infructuosos por ingresar al seminario, así como tampoco mencionaremos el revuelo que se armó en torno a un artículo publicado con su firma (Titulado "Agachate que te exorcizo") en la gacetilla oficial del obispado, y que le costó la excomunión. Tampoco aludiremos a sus dotes como jugador de Truco y Tute Cabrero, ni a sus naturales habilidades como jugador de dardos por dinero.

La policía parece estar muy interesada en su búsqueda, porque un sub-comisario halló una nota en su mesa de luz, dirigida a su esposa y firmada por un tal "Aon", y le urge encontrarlo.
Las noticias más recientes que poseemos acerca de su paradero, dicen que reside alternativamente en dos ciudades. Pero es casi un secreto a voces que se encuentra recluido en el sur del país preparando la obra que -asegura- ha de instalarlo para siempre en las grandes bibliotecas (?), y (como él ya adelantó) se titulará: "Más que resucitar, prefiero que no me claven".

No obstante el justo mote con el que más se lo conoce (el peor de todos) nosotros también lo buscamos y esperamos. Nos asiste la esperanza de volver a verlo, la sospecha de que sigue escribiendo y la insobornable valentía de no creer en todo lo que de él se dice y publica por ahí."
CONCEPTO DFyD