jueves

¿QUÉ HACEMOS SIN EL MAESTRO?



Hoy es un día de mierda: se fue ROBERTO FONTANARROSA



"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro"



martes

DICCIONARIO: Efeméride

Efeméride: Registro que contiene la memoria de los acontecimientos sobrevenidos en un mismo día en diferentes épocas

Alivio

No hay derecho, che; no me vas a decir que lo hicieron sin querer porque uno no hace ese tipo de cosas sin querer. En todo caso las hace sin pensar; eso, las hacen sin pensar porque les da lo mismo. Y uno se queda esperando como un pelotudo con toda la ilusión, mientras ellos fabrican viruta de piel de tanto gastarse las uñas por estar al pedo…y cuando los apurás te dicen que hubo un error y que vas a tener que presentar todo de nuevo… y si no tuvieras copia, qué…mirá si perdiste todo cuando se te clava la computadora… No es mi caso, pero igual otra vez a revisar la ortografía, a cambiar de paso unos párrafos, unos detalles… no tienen idea de lo difícil que es para uno decir que un texto está terminado… nunca está terminado, lo que se termina es el plazo para entregarlo y a veces la voluntad, y ellos creen que es una pavada. Y capaz que lo que pasó fue que se les cayó la taza de café arriba de tu trabajo y lo tiraron a la mierda…¿sabés lo que me dijo la vieja cuando le pedí una explicación? Me mira con cara de culo por encima de los anteojos y dice: Mire, nosotros no podemos hacer nada. Y el director está de viaje, así que vuelva en una semana y presente todo nuevamente, y siguió atendiendo a otro tipo igual de infeliz que yo. Dame otro mate, che, y no me digas que le puede pasar a cualquiera porque es mentira, bah, le puede pasar a cualquiera que vaya ahí y les deje los borradores en mesa de entrada a ese rosario de inútiles calienta asientos… mmm, no, calentá un poco más el agua, querés, que hay gas porque hoy arreglé el tema de la boleta, así que ponele un poco de voluntad y dame un mate como Dios manda, que me duelen los pies de tanto estar parado… vos sabés que a todos los que estabámos en la cola les pasó lo mismo. Se ve que sacudieron avisos de corte a mansalva por facturas atrasadas… hijos de puta… te mandan esos cazabobos y tenés que estar tres horas haciendo fila para demostrar que vos tenés todo pago y que el error es de ellos. Y no te dejan fumar, y hace calor. Y de ahí a la teléfonica reclamar en persona que hagan funcionar de una puta vez el teléfono porque los ocho reclamos que grabé en la máquina esa que te atiende quedaron en la nada, y la boleta igual llega cuando no funciona. Pague y reclame, me dijo la flaca de Informes. Como le protesté mucho me mandó a la sección de atención al cliente y ¿sabés qué era? una habitación como si fuera un living lleno de sillones de un cuerpo con una mesita y un teléfono al lado de cada uno para que hagas desde ahí el reclamo… para que llames a la máquina de mierda esa que te atiende… es lo mismo que decir: esperá sentado a que te demos una solución porque si no te vas a acalambrar…Tomá, ves, ahora está buenísimo el mate… me gusta esta la yerba con naranja, y lo barata que estaba en el supermercado. Tendríamos que haber comprado más paquetes porque hoy vi que ya aumentó otra vez… ah, y viste lo que cuesta ahora el tomate; me dijo el verdulero que era por que estaba fuera de estación… así que hay que esperar para volver a comer una ensalada… No me des mate tan seguidos, tomá algunos vos así no me atoro… no quiero que me caiga como me cayeron los canelones que hizo tu mamá ayer… estaban buenos pero viste que la ricota no me hace bien… parece que lo hiciera a propósito … prepara todo lo que no me gusta…y después ando toda la semana acordándome de ella… todavía estoy tratando de bajar la torta seca esa que hizo… cuando tu vieja hace tortas tendría que llamar a Zinedine Zidane para que te ayude a bajarla a cabezazos en el pecho… ah, ¿te dije que trabajo el domingo que viene? Lo malo es que no me queda otra y lo bueno es que no voy a almorzar con tu mamita… no, en serio, no te calentés, tengo que trabajar si o si. Si mirás la puerta de la heladera vas a ver que está llena de boletas para pagar. Hay más afuera que adentro de la heladera…. ¿No llamaste a los de la tarjeta de crédito, no? Yo me olvidé de dejártelo anotado hoy cuando me fui. Los voy a llamar yo mañana porque no puede ser que todos los meses hagan lo mismo. Decí que vos te fijás en todos los detalles porque si no te vacunan. Cada resumen es un horror. No pueden querer cobrarte siempre lo que acabás de pagar el mes anterior… otros que largan cazabobos… se tiran el lance a ver si pasa desapercibido en el montón de impuestos... cómo puede ser que tengas que vivir cuidándote de que no te caguen los que vos contratás…no me explico cómo es posible que uno, siendo el cliente, el que paga, tenga que vivir con el culo en la mano…esto en un país serio no pasa… uy, mirá que pedazo de agujero tiene la remera acá…no, ni loco la tiro… ¿podés zurcirla mañana? Y si vas a usar el costurero ya que estás me falta un botón en la camisa… ayer vi que la gata estaba jugando con él y se le fue abajo del sillón… así que lo corrí y sabés que encontré ahí: dos encendedores, mi lapicera plateada y el la servilleta de papel en donde anoté la frase que se me ocurrió como una genialidad y nunca volví a acordarme…cómo busqué ese papel… y ahora que la volví a leer me parece una estupidez. Es como volver a leer lo que uno escribió en otras épocas…No, no quiero más mate ya…
...¿Te hiciste algo en el pelo?...
...Estás hermosa…
...Dejá el mate en la mesa de luz y vení, que hoy tuve un día de mierda y necesito que me abraces, así gracias a vos y a tu alivio este día de mi vida justifica la efeméride.

EPITAFIOS I

En la tumba de Groucho Marx puede leerse: “Disculpe que no me levante a saludarlo”. Eso es una genialidad póstuma.

A nadie le agrada la idea de morirse, pero ante la imposibilidad de oponerse llegado el momento, no está mal tener previsto algunas opciones para imprimir la lápida. Por ejemplo, yo pondría:

-No se ofenda, tengo un calambre perpetuo.
-Tantas horas de ensayo rindieron sus frutos: la siesta final me está saliendo perfecta.
-Te lo avisé: trabajar tanto me iba a matar.
-¿Le quedé debiendo algo? Siéntese que ya le pago.
-Me traje el secreto hasta acá, al pedo.
-La idea de la posteridad nunca me sacó el sueño (ahora no logro que me saque el frío).

Carmelo Capazzo, sin que nadie se lo pidiera, sugirió la siguiente.

-En este momento no verme es mejor que olerme.

DICCIONARIO: Canalla

Canalla: Vil. Gente baja, ruin, de malos procederes. Hombre despreciable y mala.

La doctorcita


Lucía se quedó dormida sobre la cama, con el guardapolvos aún puesto. De su cuello colgaba un estetoscopio de juguete.

Él llegó a la madrugada, tropezando con la mesa del living. Intentó enjuagarse el gusto ácido en la pileta de la cocina, y trepó la escalera (aferrándose al pasamanos como a una soga).

La niña se sacudió entre sueños con el ruido de la puerta de la habitación contigua. Él entró. Su mujer giró en la cama, apretando en su puño un rosario.

Los gritos del cuarto lindante ahora sí la despertaron, como en otras vigilias. Esta vez, tomó un pedazo de papel, sus lápices, y salió descalza de su dormitorio, ignorando que en el pasillo el frío la esperaba para atropellarla.

El sonido del picaporte coincidió con el del primer impacto. Las perlas del rosario rodaban por el piso cuando ella ingresó; parecían buscarla.

El papá soltó el segundo golpe y abruptamente giró la cabeza en dirección a la puerta. La pequeña silueta estaba a un lado de la cama. Una indómita náusea caliente lo invadió cuando oyó cómo su hija de cinco años -mientras hacía garabatos a modo de receta-, le contaba que una señora dijo en la televisión que si una persona estaba tomando algún medicamento, durante esos días no podía beber alcohol.

En la oscuridad, la boca de la madre ya había comenzado a sangrar.

DICCIONARIO: Morir

Morir: (lat. mori) Dejar de vivir. Expirar, fallecer, sucumbir.

La cuadra más fría de la ciudad

Los primeros rayos de sol filtrándose por la ventana me invitaron levantarme temprano. Los días anteriores habían sido demasiado fríos como para madrugar. El rabioso viento al que ya me estaba habituando, era ahora -apenas- una inofensiva brisa tibia. Sentí alivio al no tener que cargar con pesados abrigos. Cuando terminé de tomar el tercer mate, decidí salir a caminar para aprovechar el estupendo día que venía asomando.

Anduve paralelo a los rieles del ausente tranvía. Crucé la capilla que está frente al mar, y comencé a pasear por la costa de sur a norte, mientras mis sospechas se convertían en certezas: toda la ciudad parecía estar reunida en esas cuadras sabiendo, quizá, que estaban ante un obsequio climático tan agradable como efímero.

Pensé en volver en un horario más oportuno para estar tranquilo, ya que mirando hacia los costados descubrí la presencia de un par de personas lejanas a mi simpatía, pero ya era demasiado tarde: me saludaban con señas mientras se dirigían hacia mí.

Un amigo mío dice siempre que en esos casos es cuando uno debe ser consecuente con lo que piensa y manifestar de un modo inequívoco su desagrado, logrando así no tener que volver a pasar momentos fingiendo estar interesado en charlas en donde sólo se dice: "Si vos escribís, te tendría que relatar mi vida para que hagas un libro".

La persona que se dirigía hacia mí por el boulevard, también pertenecía a esa estirpe de autoproclamados protagonistas de "best-seller" y venía en compañía de una muchacha con quien yo había tenido un olvidable romance de dos horas; tiempo suficiente para comprobar que a veces la naturaleza falla en cuanto al reparto y distribución de inteligencia. Esta dama era alguien capaz de realizar tres desafortunados comentarios en la misma frase; estaba dotada - también- para que de su boca brotaran todo tipo de conceptos erróneos y de entusiastas frivolidades. Bah, para decirlo sin eufemismos: era una mujer estúpida.

Y ahí estaba yo, nuevamente conversando sobre temas sin importancia cuando a uno de mis dos acompañantes se le ocurrió la inapropiada idea de ir a desayunar. Juro que iba a decir que no justo cuando un bestial quejido de ultratumba proveniente de mi estómago me sugirió que tal vez no estaba tan mal la idea de incorporar algunas medialunas. Así pues, nos dirigimos hacia el café que queda en la cuadra más fría de la ciudad (se la denomina de esa manera ya que la ubicación de los frondosos y longevos árboles, y de los edificios lindantes no permiten el paso de los rayos del sol en ningún momento del día). En el camino me reproché en silencio por haber aceptado la invitación. Después me lo volvería a reprochar.

Mientras desayunábamos me hablaban (vaya a saber sobre qué tema), y yo respondía con movimientos de cabeza, mitad porque no quería darles conversación, mitad porque estaba concentrado en la depredación y exterminio de las medialunas. Hasta que ocurrió: una pareja de viejitos que estaba justo delante mío se levantó para irse, dejándome libre el campo visual hacia la mesa del fondo y ahí, ante mis ojos, encontré lo que al instante me provocó la muerte.

Era Ella, ella junto a un hombre que la tenía abrazada mientras le daba un beso. Yo hubiera querido gritar, llorar, pegarle una trompada, decirle que la amaba desde siempre y para siempre, decirle que por ella escribía, que por ella vivía, pero me morí; contra mi propia voluntad, morí. La malhadada comitiva que me secundaba no se percató de mi defunción. Y yo seguía ahí, muerto, estático, ausente, con un pedazo de medialuna en la mano, con la vista fija en la mesa de ellos, que ahora se paraban y se iban juntos...

Dejé de verlos, dejé de ver el café, y me vi en la cuna con mi mamá cantándome una canción que ahora la recordaba perfecta; me vi saliendo de la escuela y mis abuelos esperándome para llevarme a su casa y hacerme tostadas con ese olor que nunca más volví a sentir, me vi llorando, riendo. Me vi con ella, me vi feliz. Luego todo comenzó a desfigurarse hasta desaparecer. Otra vez me vi en el café, quieto, frío, inexpresivo, hasta que poco a poco comencé a escuchar los ruidos del ambiente (como si fueran subiendo el volumen paulatinamente), volví a mover los ojos y abrí las manos que tenía cerradas y apretadas, y con disimulo sequé mis lágrimas. Mi corazón regresaba a latir a su ritmo habitual. Entonces me paré, saludé con un gesto y me fui. Apenas si noté que el viento había comenzado a soplar, ensañado, desde el oeste.

Desde aquel día jamás volví a ser el que era. Mi corazón quedó entumecido, indiferente. En mi mirada se marcó para siempre el reflejo de la muerte. Con el correr del tiempo aprendí a sobrellevar esta vida póstuma. He vuelto -tal vez por dignidad- mirar a los ojos.

Y -por supuesto- jamás volví a pisar, siquiera, la acera de la cuadra más fría de la ciudad.

JULIO ALFONSO*

El día que puedas


El día que puedas, no sé, mañana, un día de éstos, quiero que me mandes vía correo –o en el vuelo rasante de ese beso que quedó impar -, aquellas cosas que me pertenecen, como los libros de Pablo, los versos de Girondo y algunos recuerdos que eran míos, aunque los hicimos juntos.

El día que puedas, no sé, mañana, pasado mañana, una nube de éstas, quiero que me regreses el muchacho que fui, ese soñador que contaba las estrellas que faltaban para llegar a tu casa.

El día que puedas, que sé yo, hoy, mañana, el menguado de luna que viene, quiero que me envíes vía recuerdo toda la alegría que cierta vez te presté sin la condición de que la regreses intacta y prolija.

¿Quién soy? Sabía que no me reconocerías. Soy el que ayer hiciste en tus ratos de ocio, el que ya no se parece a sus sueños, el que justifica tu olvido, pues por entonces no estaba en las palabras, sino en tus silencios. Soy aquel que todas las noches desprendía una estrella para prenderla en tu pelo; el muchacho que no sabía hablar y aprendió a relatar sin sentidos deletreando tu nombre.

Por eso: el día que puedas, hoy, mañana, durante el descuido de tu cancerbero, el olvido, necesito que me envíes la fórmula para olvidarte y curar así aquel traspié de un beso.

Preguntarás por mi premura. Ocurre que debo emprender nuevos amores. Y esto se sabe: un viejo guerrero del alma no puede encarar otras batallas sin zurcir primero viejas heridas. De ellas nace mi pedido, que me envíes la fórmula del olvido. Si ello ocurre, he de recordar con gratitud ese gesto tuyo, tan parecido al amor, cuando no militábamos en proyectos de broncas y de arrugas.

(*) Julio Alfonso es mi Maestro para siempre. El primer escritor en serio que conocí en mi vida y al que le debo y le deberé siempre por sus inagotables enseñanzas, café mediante. Un hombre que hacía maravillas con lo cotidiano. Alguien imposible de no extrañar.

ALEJO SALEM*




Imperdonable

En el juicio final de todas las noche
-donde no caben
misericordias cómodas
ni deambulan ejércitos honestos-
se ubican en el estrado
los harapos de i ética marchita
y mis luces (que no omito).

Me siento
En el sillón más importante,
Y agito un mazo
Pequeño pero firme
Proclamando
La justicia como orden;
Me desdicen
Mis ojos trasnochados,
Mis manos usureras, mi no-fe.

Me acusa ese fiscal
-yo con corbata-
de abandonarme
a suertes heresiarcas,
de malgastar el hígado en quimeras
y de dar de cenar mi carne
a las promiscuas.

Me defiende mi sonrisa oblicua,
Blandiendo una espada de juguete:
Afirma que soy libre de pecar,
De prodigar
El tiempo que se puede,
De ajarme –si es mi gusto-
Los pies
Buscando nadas o princesas.

Sutil,
Debo encontrar un veredicto
(difícil tamizar tantas verdades);
me excuso
de emitir una sentencia:
soy eso que me acuso
y mi ley muerta,
mi criminal amable,
mi héroe justiciero,
el carcelero,
el loco,
el bueno,
el tonto.
Autor de los delitos,
haragán con receta.

Yo, mi acusado,
Me condeno a dormir,
A reparar los daños en un sueño
O a dañarme,
Soñando sin reparos
Que corro
Y que me alcanzan mis miserias.

(*)Alejo Salem es un escritor irrenunciable. Amigo, socio, colega y compañero de toda clase de bebidas e infusiones. Básicamente, es un Capo.
Nota: la ilustración pertenece a Sigma.

JUAN PABLO NEYRET*

Borges y yo

Lo que sigue es un acto de amable traición (amable por el amor), y hasta ahí nomás. Agnóstico como yo, anarquista como yo, Borges supo escribir "Sólo una cosa no hay: es el olvido" y postular al otro, al mismo, al común olvido como lo único deseable (y posible). "Quiero morir con este compañero, mi cuerpo", rogaba él, y aquí estoy yo tratando de rescatar su memoria, de extraer de aquella fuente la imagen de los recuerdos, impresos en la imagen de la memoria, que alguna vez percibió una imagen de la llamada realidad, para crear ahora una nueva imagen, que se volcará en palabras, y provocará en quien lee una imagen más, infinitamente multiplicada en espejos.

Primera impresión (1981)


Borges había ido a Canal 8 para grabar una entrevista especial con Ignacio Zuleta y yo lo esperaba frente al kiosko de Luro e Yrigoyen, acompañado por mi madre como un pequeño Borges, con la ansiedad de sentir por primera vez el aura del más grande. Esa noche daría una conferencia en el Auditorium y lo acompañaban el director de Cultura, Betto Lecuna, y dos integrantes de su equipo, Carlos Balmaceda y Oscar Barrientos. Con ellos Borges iba, venía, entraba, salía, comía, hablaba. A mí sólo me quedaba extasiarme un par de minutos -el camino desde la puerta del canal hasta el coche- ante su epifanía en mi vida. Y, por supuesto, la puerta se abrió y Borges salió. Ahí estaba, y nada más. Aunque yo quería, nada más. Aquella tarde no aprendí a dominar las grandes expectativas para salvarme de los pobres resultados, pero conocí una de las caras de la decepción. él ni se enteró de mi existencia.

Segunda impresión (1981)


Entrada del hotel Hermitage, últimos minutos de aquel día infausto, después del diálogo en el teatro, esperando su regreso, las pocas cuadras, la compañía de su hermana Norah. Me animé a saludarlo, a cruzar un par de palabras y a darle la mano. La mano: blanquísima, casi transparente, liviana y con una textura similar al polietileno por lo suave. Tiempo después me enteraría de que a causa de la fragilidad de su tacto Borges no pudo aprender Braille. Y recién al momento de escribir estas líneas me doy cuanta de que, en realidad, la primera impresión que guardé de él (porque me impresionó, y aún me impresiona) fue la de esa mano derecha, la mano de escribir.

Tercera impresión (1982)


Un fin de semana plagado de calor y de mosquitos en Buenos Aires acompañando a Betto en una minigira de contactos porteños que incluyó el sexto piso B del edificio de Maipú 994. La austeridad de la puerta con un pequeño cartel que simplemente decía (qué otra cosa iba a decir) "Borges". La austeridad del comedor, con dos bibliotecas. Fanny, la eterna mucama. El sofá verde inglés donde se sentó, la camisa blanca prendida hasta el último botón pero sin corbata, y a sus espaldas un aparato de aire acondicionado funcionando con tal furor que nunca entendí cómo no cayó muerto de una pulmonía esa misma tarde. La charla con mi amigo, que me presentó ante él como un escritor de dieciocho años. ("Yo también, alguna vez, tuve dieciocho años", me dijo, cordial. Yo nunca podré replicar que también, alguna vez, he sido Borges.) El hipertrofiado Toshiba que le acercaba temeroso de que se diera cuenta de que lo estábamos grabando. La cinta que debe de tener Betto con una de las últimas voces de Borges previas a la guerra del Atlántico Sur, a la conflagración entre sus dos países más amados, al atribulado nacimiento de "Juan López y John Ward".

Cuarta impresión (1983)


Fines de agosto, la Argentina a un mes y medio de las elecciones, "La Crevette" todavía en la Loma de Stella Maris y en "La Crevette", Borges. Yo había ido con mis compañeros de facultad Adriana Derosa y Fabián Iriarte, luego de haberlo escuchado una vez más en el Auditorium y visto recibir luego de la conferencia a un grupo de muchachos ciegos en el backstage del teatro. Pedimos, rogamos, jodimos, y gracias a Susana López Merino entramos y subimos a la planta alta, donde nos presentaron. "Neyret... qué hermoso apellido" paladeó por primera y única vez esa palabra que soy yo. A Adriana le dijo gentilmente: "Usted debe de ser muy hermosa". Cuando quedó libre la silla a su derecha la ocupé y nos pusimos a hablar de literatura anglosajona e inglesa. Me agradeció que alguien se le acercase a hablar de otra cosa que política. Lo impuse de la edición bilingüe del Beowulf de Seix-Barral, que desconocía.
Me recitó un pasaje del Lamento de Déor: "No, no están las vigas ardiendo...". Con toda intención, le recordé la estrofa de La Balada del Viejo Marinero, de Coleridge, que él había citado en dos textos como ejemplo de aliteración. A pocas cuadras del mar, empecé "The fair breeze blew, the white foam flew...", Borges se acopló en el siguiente verso, "The furrow followed free...", y de viva voz y marcando los acentos, acabamos juntos: "We were the first that ever burst / Into that silent sea". Luego de ponderar la maravilla del poema, lo primero que me surgió decirle fue: "Borges, no hay como compartir, ¿verdad?". Asintió, y empezó a hablarme de un pastor, al que había conocido en Islandia y que en su casa guardaba, colocados sobre estantes, huesos de animales. Ya habían servido el café amargo, que bebió de un solo trago. Dirigió la mano hacia el cuello para mostrarme un talismán islandés que llevaba colgado y que no vi, precisamente, porque en todo momento la mano me lo tapó. Me habló de enormes libros islandeses que tenía en su casa y me invitó a verlos cuando viajara a Buenos Aires. Cuando de pronto un hombre hecho de palabras empezó a recitar números, instintivamente anoté en el cartón que envolvía mi ejemplar de las Obras completas lo que resultó ser su teléfono. Al firmarme el libro que guardo como mi mayor tesoro dijo: "éste es el único género literario que me queda: el autógrafo...".

Quinta impresión (1984)


Nuevamente el Hermitage, pero de adentro y, por algún motivo, con sabor a despedida. Rafael Oteriño haciéndome subir hasta la habitación y dejándome solo por primera y última vez con él. Yo había llevado mi ejemplar de The Rime Of The Ancient Mariner (con los grabados de Gustave Doré) y, entre las páginas, una hoja con la transcripción mecanografiada de "To A Skylark", la "Oda a una alondra", de John Keats, con la esperanza de leerle. Recuerdo poco de esa charla que, como todas las charlas era un monólogo que todos le consentíamos. Me preguntó si en Mar del Plata seguía existiendo casino y me explicó por qué la banca siempre va a ganar por la existencia del cero. Me contó que estaba preparando una antología de sonetos de la lengua castellana y tuve la mala idea de recitarle el "Soneto para empezar un amor", de Manuel Alcántara: "Ocurre que el olvido antes de serlo / fue grande amor, dorado cataclismo", y fue también el primer soneto de la historia hecho de dos versos, cuando Borges me interrumpió para decirme: "Cataclismo... qué fea palabra". Más valió que él filológicamente historiara que Al-cántara en árabe significa "el puente" y pasásemos a otro tema. Sereno, generoso, amable y firme, sus cuatro virtudes cardinales, me despidió cuando Rafael volvió a buscarme a los veinte minutos. La forma y las dimensiones de la suite me hicieron sentir que me perdía en una suerte de pasillo por el que la imagen de Borges se alejaba, ahora sí, definitivamente.

(*) Juan Pablo Neyret es una máquina de saber. Además de generoso amigo, es un cronista inigualable. Lo que daría por tomarme unos tragos con él ahora, igual que la única vez que bebimos juntos, antes de su mudanza a Estados Unidos (él, vino tinto, yo, gancia batido). Salud, Cronista!

FABIO MORASSO*

Rezo


Padre mío que te fuiste
aquella tarde sin año
luego de decirme que el perro muerto
tenía los dientes como perlas
y que me estuviera quieto y dejara de oler a podrido...
Padre mío yo siempre quise ser tuyo
pero vos insistías en formularte un octavo día
donde no pude encontrarte por problemas calendarios
con señoritas de tetas de gomería impresas a todo color.
Así que hoy que sé lo complejo de tu misericordia
me dirijo a vos seco de esperanza
porque dudo que alguien me escuche
así como dudo del efecto de las palabras
ya que me siento cada vez más incapaz de perdonar
como me hubiese gustado ser disculpado.
Padre mío
vos que estás ahí en ese cielo
donde yo arrojo piedras que no dan en blanco alguno
(y no se trata de libertad de culpas
ni impunidad mesiánica)
mientras las alturas a lo sumo me llueven
una tristeza de domingo por la tarde...
decía, padre mío,
siempre hay una ausencia de tu abrazo
que ya me harté de adjudicar a tus clavos.
Padre mío
¿por qué repetiste la historia?
¿por qué me abandonaste como el abuelo a vos?
tengo a mi derecha un fraude
a mi izquierda un ladrón
se lavaron, todos, las manos
y apenas esas mujeres me siguen llorando.
Padre mío
tengo un cansancio como sudario sucio
el costado ardido de vinagre
y unas ganas de atormentar el cielo...
¿dónde estás padre mío?
¿cuántas veces reparirme, papá?
¿cuánta fe necesitas para que este charco no me ahogue?
Padre mío, decime la verdad
¿Te alcanzará alguna vez con que sea un hombre?

(*) Fabio Morasso es, además de un amigo, un artista de la puta madre (y un incansable cebador de mate amargo).

miércoles

GRACIAS A LOS HUEVOS

El recorte corresponde a uno de los textos firmados por mí que fueron publicados en la sección Cultura del Diario La Capital de Mar del Plata.

Hace poco tiempo recibí un e-mail en donde me contaban lo siguiente.

Una familia pasó unos días de vacaciones en Mar del Plata. El día en que volvían a su ciudad natal, en otra provincia, la señora hizo unas compras en un almacén del barrio en donde habían alquilado la casa para alojarse por una semana. Como los precios le resultaban convenientes en relación a los de su cuidad, decidió llevas tres cajas llenas de distintos alimentos.

Días después, ya en su ciudad, la señora se dispone a preparar la cena y recurre para ello a una de las cajas traídas desde Mar del Plata. Cuando la tortilla de papas está en plena cocción, la dama repara en el papel de diario que envolvía los huevos que usó. Ahí encuentra el arrugado texto “Las socias directas de Dios” y lo lee. Luego lo recorta y lo cuelga en la puerta de la heladera (marquesina publicitaria y agenda doméstica).

Omito decir qué me contó acerca del texto por que me da vergüenza. Digo, sí, que al tiempo, debido a una mudanza, perdió el recorte del diario y a raíz de eso me escribió para pedirme que por favor le envíe la nota. La verdad es que en una de las tantas luchas que tengo con mi maldita computadora, ella ganó, y yo perdí todas las direcciones de e-mail. Así que si alguien en la provincia de La Rioja conoce a la señora de la tortilla de papa, por favor díganle que acá está su texto, y el autor sinceramente agradecido.

Las socias directas de Dios

a mi vieja y a la de Ella

Llevate abrigo o Eso te queda hermoso, son apenas dos de las muchas frases que nuestras madres nos han dicho y nos dirán hasta el hartazgo. Sin importar, incluso, que afuera el termómetro marque cuarenta y seis grados de calor a la sombra o que le estemos mostrando como nos quedó la ropa después de habernos revolcado en el barro. Es que para la opinión materna, exageradamente subjetiva, poco importará en realidad, cómo luzcamos o que temperatura es la que en verdad hay. Sin embargo no hay ninguna mentira en sus opiniones; nos dicen lo que ciertamente creen. Sus ojos ven esto: que somos los más lindos del mundo, los más inteligentes, los más buenos (lo malo son las juntas – en mi caso acaso sea cierto-), que somos -en definitiva- sus hijos.

Todo esto no tiene de ningún modo carácter detractor. Por el contrario, las mamás gozan de un permiso tácito y especial para ese tipo de cosas. Y, por otro lado, bien ganado se lo tienen. A ellas nada les importa más que sus hijos. Harán lo que haga falta (esto dicho en el más elemental de los sentidos) para brindarle felicidad y no dejarán que nada ni nadie los lastime. Algunos atribuyen esta actitud de defensa a un impulso o reflejo instantáneo e indeliberado que llaman instinto. ¿No habría que llamarlo Amor?.

Cuenta la Biblia que estaba Jesús con su madre en una boda realizada en un lugar llamado Caná, y a los organizadores se les terminó el vino. Jesús era todavía un joven común y corriente y participaba de la fiesta como cualquier otro. María, por ser amiga de los padres de los novios, se enteró lo que ocurría con el vino; por ello fue directamente a su hijo y le pidió que hiciera algo para ayudarlos. El joven se quejó diciendo que aún no era su tiempo. La madre, firme, sin dejar de mirarlo a los ojos, les habló a los que estaban parados alrededor y les dijo que hicieran lo que Su Hijo les pidiera. Entonces Jesús mandó a traer barriles con agua y, detalle más, detalle menos, los convirtió en vino de primera clase. Así quedó grabado lo que después se conoció como el primer milagro de Jesús. Incitado, inducido por su madre. A mí me gusta imaginar que a Jesús -como a la mayoría de nosotros- le resultaba imposible decirle que no a “la vieja”.

Las mujeres son poseedoras del mayor atributo que alguien pueda tener: son creadoras de la vida, más -mucho más- que el hombre. Son las socias directas de Dios.

El vínculo materno, al que hasta la justicia reconoce (a una madre no le cabe pena por encubrir a un hijo), es fruto del esfuerzo que representa ser mamá. Ellas, ante todo, nos han deseado tener desde que eran muy chicas cuando jugaban, con total inocencia, con las muñecas y muñecos que simulaban ser sus hijos. Ese infantil gesto condensa el mandato de su naturaleza maternal.

Todos los lugares comunes acerca de las madres son, antes que nada, ciertos (por eso adquieren esa categoría). Por mor de ser veraz, confieso mi incapacidad para evitarlos al decir que nadie podrá jamás sentirnos como ella, que sintió cambiar su cuerpo al mismo ritmo en que el nuestro se iba formando; y que, tal vez con dolor, nos hizo existir, sellando un pacto vital con su Socio.

Adhiero a los que afirman que en el cielo las madres tienen reservado un lugar de privilegio porque, de todo lo que Dios creó, ellas son lo más parecido a Él.

lunes

LA VERDAD SOBRE EL CONCEPTO DFyD



Es tiempo ya de aclarar algunas cosas acerca del Concepto DFyD.

- No es verdad que el Señor Alejo Salem y quién esto firma hayamos renunciado al Concepto DFyD, y mucho menos por presiones del Comando Mocho (no nos hacen ni cosquillas).
- No es verdad que vivamos ebrios y que seamos ateos (anoche fuimos a una misa y no probamos el moscato. Además, sabemos que vivimos de milagro).
- No es verdad lo del estupro (nunca se probó nada).
- Y, fundamentalmente, no es verdad que la agencia de detectives del Concepto DFyD, que junto a Salem dirigíamos con maestría, haya fracasado por nuestra culpa. Lo que sucedió, cabe aclararlo, es entera responsabilidad del Comando Mocho. Me permito a continuación contar la historia de Los Silenciosos, tal cual la conté durante el juicio, no sin lograr el bostezo unánime.


Los silenciosos

Contratamos al Comando Mocho porque nos extorsionaron. Uno de ellos, Carmelo Capazzo, se enteró por su tío – que en esa época era policía- los detalles de una importante investigación. Durante un asado familiar el tío le narró a Capazzo, mientras éste le llenaba la copa una y otra vez, que estaban cerca de atrapar en esta misma ciudad a “Los silenciosos”, la conocida banda delictiva que se caracterizaba por perpetrar sus robos a bancos sin decir una sola palabra. La policía creía que el silencio era porque se trataba de una banda formada por ex empleados bancarios de distintas sucursales que para no ser reconocidos por sus otrora compañeros, durante los asaltos se cubrían el rostro y no emitían sonido alguno.

Ahí, según el propio Carmelo Capazzo, que siempre había querido ser policía –y héroe -, tuvo “una corazonada”. El tío no aportó más datos debido a que se desplomó en la punta de la mesa y pasó el resto de la tarde durmiendo en el piso.

Capazzo contactó a Ezequiel Guernica y juntos vinieron a extorsionarnos. Para realizar su investigación necesitaban estar en una agencia legal. Como expuse durante una de las audiencias, la nuestra era perfectamente legal (gentileza del ex diputado Eliseo Aon) aunque jamás resolvimos un solo caso particular (el del marido despechado tuvo un final incierto –cobramos el total de los haberes presupuestados, si- porque la mujer tenía una gemela y nunca pudimos determinar, por más que nos involucramos alternativa y simultáneamente, cuál de las dos era la adúltera esposa).

Lo cierto es que a fuerza de amenazas de publicación de fotos y videos, accedimos a incorporarlos a la agencia. Pedimos los negativos y las grabaciones a cambio y algo más: una garantía, un seguro. Capazzo estaba tan entusiasmado en resolver el caso y convertirse en uno de esos detectives de película que ofreció entregarnos la escritura del departamento que heredó de su abuelo. Nos dio no sé que decirle que no, Su Señoría; lo vimos con tanto fervor…

Firmados los papeles correspondientes, nuestros ahora empleados empezaron a trabajar. Compraron pipas, sombreros y lupas y de dispusieron a seguir “la pista más sólida”, que según ellos y sus corazonadas, no era la que la policía investigaba hacía meses. Capazzo sostenía que se trataba de un grupo muy particular que él mismo conocía desde la infancia.

Durante siete semanas montaron guardias, siguieron personas, interrogaron a comerciantes e integraron larguísimas colas en distintos bancos sin lograr el más mínimo avance.
-¡Objeción! –gritó Capazzo en el juicio, queriendo aclarar que al menos había logrado cierta simpatía con una cajera que le tramitó una tarjeta de débito, pero el Juez le ordenó silencio y me invitó a seguir con mi testimonio.

Una noche, mientras con Salem jugábamos a los dardos en la oficina, entraron a la carrera Guernica y Capazzo –yo acababa de hacer un centro de colección que Salem juró no haber visto-. Entre jadeos, nos contaron que tenían identificada a la banda y el lugar en donde se reunían. Según ellos, el “aguantadero” se trataba de una casona vieja frente al mar, cerca del centro de la ciudad. En un acto de osadía que nos sorprendió, Guernica dijo que había vendido el auto de su padre para comprar un sistema de micrófonos inalámbricos que instaló en dicha casona cuando, luego de horas de guardia, vieron salir a todos los sospechosos (luego Capazzo aclararía que los siguió hasta que entraron en un local de venta de productos de cotillón). Supimos también que Capazzo le informó a su tío sobre el hallazgo y las “contundentes horas de grabación de audio” que “no dejaban ninguna duda”.

Es verdad que al día siguiente nos fuimos de vacaciones con Salem, pero eso responde a que estábamos agotados de tanta actividad y queríamos cambiar un poco de aire para poder escribir en paz. Antes de tomar el avión, despedimos vía telegrama a Capazzo y a Guernica de la agencia porque nunca nos cayeron bien.

El resto, Señor Juez, nos lo enteramos ya en nuestro lugar de descanso y es historia conocida por la opinión pública: El tío de Capazzo, que peleaba por un ascenso y creyó que con este caso lo lograría, movilizó a todas las fuerzas de seguridad nacional, hubo un operativo pocas veces visto en nuestro país, que incluía dos lanchas para impedir la fuga marítima y un helicóptero sobrevolando el lugar, además de los 300 hombres especializados. Armas, chalecos antibalas, gases lacrimógenos, altavoces, transmisión en directo por los principales canales de noticias (los convocó Capazzo)… y el increíble desenlace.

Por último, si se me permite, quisiera decir que a lo mejor deberían haber analizado las pruebas con las que Capazzo alentó a su tío. Porque quién le saca el mal momento pasado a esos chicos sordomudos que estaban festejando en la casona el cumpleaños de uno de ellos, y que fueron bochornosamente arrestados. Cómo van a tomar como prueba una grabación en la que sólo se oyen aplausos, y que Capazzo supuso por ello que festejaban el éxito de un nuevo golpe dado.

Por cierto, el día en que en esta ciudad se llevó a cabo el impresionante operativo, en la capital se produjo, a la misma hora, el mayor robo a un banco de la historia de nuestro país.

domingo

CARTA DE PUÑO Y LETRA (para Rosa)




GEOGRAFÍA FEMENINA

a Patricia



Sutiles pechos que desmienten simetrías
que ocultan sin lograrlo su grandeza hipnótica
que piden en silencio el milagro de lactar
sudor insomne
sal nocturna
¿sed?
...y una asamblea de gotas de petróleo.

Manos que empuñaron anhelos impalpables
uñas que surcaron espaldas anónimas
dedos que contaron los días que faltaban
quejidos oxidados
aroma a piel dormida
¿paz?
...y una galería de poros lacerados.

Piernas que estrecharon sudores verticales
que temblaron extenuadas por esfuerzos desiguales
que desandaron arrepentidas su propio albedrío
contornos erosionados
geografía femenina
¿alas?
...Y el recorrido inevitable hasta la fértil recova del origen.

CARTA ABIERTA AL MAESTRO JULIO ALFONSO


“Uno es de los que cree que la poesía en sí es revolución pura,al margen de aquello que contenga. Pienso que todo buen verso no pierde vigencia, que ha de estar siempre con su alado testimonio hablándonos sobre cosas de la vida.”

Julio Alfonso
Maestro...

No he vuelto a escribir, Julio. Es cierto que probé con unos párrafos, pero tuvieron merecido destino de avioncito de papel. Así que estas torpes palabras -líneas sin relieve- son las primeras que ensayo en meses.
Este desamparo o, dicho mejor, esta profunda orfandad literaria hace que ahora me acurruque en el lugar de compilador, que como sabemos es mucho más fácil que el de escritor. Y lo que quiero subrayar, a falta de talento, es un puñado de recuerdos que te involucran.
Empiezo por la primera vez que tuve contacto con vos: fue mediante un intercambio de correos electrónicos, en los que yo te mandaba unos textos míos –eran muy malos, ahora lo sé-, ansioso por que los lea Un Escritor de Verdad, y vos en tu generosidad les perdonabas la vida. Yo decía algo así como que la vida me pisaba los talones, y vos te despachabas con un: “El tiempo, en su urgencia por huir, tomó caminos malogrados”.
Llegaron después los primeros talleres literarios en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino, las horas de charla, tus permanentes aportes, giros en verdad inmejorables (fuiste capaz de innovar en un museo).
La cátedra te quedaba bien, pero mejoraste la escenografía trasladándonos a una mesa de café los martes a la tardecita. Cuánto gusto por escucharte entre el cortado y el humo de los 43/70. Qué simpleza para decir con poesía lo que el resto no. Cuánto afán por lo social y lo bien dicho.
Te conté una vez que me iban a dar una Mención de Honor en un Certamen de Poesía. El día de la ceremonia apareciste con tu mujer en el lugar. “Salimos a pasear y llegamos acá”, soltaste como saludo. Después de escuchar la lectura de todos los trabajos premiados te acercaste a murmurarme: “tendrías que haber ganado vos”. Yo sabía que no tendría que haber ganado (ni participado) – a lo mejor vos también lo sabías-, pero estabas ahí, acompañando y confirmándome a mi como escritor. Maestro. Me sentí escritor desde ese día gracias a vos.
Empezar bien la semana no es tarea fácil para un mortal estándar. Sin embargo los días lunes, los que te leíamos en el diario encontrábamos en tus textos un antídoto artístico contra la mediocridad semanal. Tus ineludibles “Apuntes de un Desvelado" resplandecían en sensibilidad y talento; transformando a veces una opaca nostalgia en una brillante reflexión. Por ejemplo, tu nota “El otro Herodes”, en la que contabas que un chico de ocho o nueve años te había dado en la calle un folleto de publicidad de una casa de “citas con señoritas”. Recuerdo que tus palabras fueron tan certeras que hasta el Honorable Consejo Deliberante de la Municipalidad del Partido de Gral. Pueyrredón trató el tema de los chicos de la calle citándote. Creo que algo se hizo al respecto (no mucho, nunca es mucho en ese tema). Cuántos pibes te la deben sin saberlo. Y cuántos te la debemos sabiendo.
Te debo incluso el título del libro que todavía no terminé, el de los cuentos marplatenses “Pequeños actos para morir un poco menos”. Cuando puse ese título me sonaba de algún lado. Supuse que me lo estaba robando involuntariamente así que le escribí a mis amigos para preguntar de donde había salido esa frase. Claro, de dónde iba a salir si no era de vos. En una entrevista radial te preguntaron porqué escribías. Contestaste “Escribo para morir un poco menos. Para fijar residencia en el recuerdo”. Qué talento para responder, amigo, y qué visión: te radicaste en nosotros.
El perfil bajo no es una pose; es una forma de vida. Eso lo aprendí de vos en la práctica. No hay persona de los medios que no te conozca. Los martes en el café te nombrábamos por distintos temas a varios periodistas, locutores, músicos, funcionarios de la ciudad y a todos los conocías de chico, con todos tenías anécdotas para contarnos en esas tardecitas memorables. O pasaban por la vereda, te veían y entraban a saludarte. Vos jamás te jactaste de nada ni de nadie. El colmo del perfil bajo para mi fue cuando fuiste a ver una de las obras de teatro que escribiste “Los menesterosos” y te sentaste en el fondo a para “darte el gusto de ver vivos a tus personajes”. Te fuiste cuando terminó el último acto sin darte a conocer.
Qué lindas cosas nos contabas, Julio. Como cuando trabajabas en LU9 Radio Mar del Plata, que transmitía desde La Casa del Puente. Pegado a la Casa pasaba el tren. Tenían que hacer señas al maquinista para que no tocara la bocina de la locomotora porque el ruido salía al aire. Y si no le acercaban algún presente a los conductores la bocina salía por la frecuencia de la radio con la frecuencia del ferrocarril.
Y dejé para el final de esta carta la única vez que me regañaste. Fue cuando me presentaste a tu mujer y yo a la mía en aquella entrega de premios. Saludé a tu esposa y le dije: “Señora de Julio Alfonso, la compadezco por el marido que tiene.” Me miraste serio, y me dijiste que ese tipo de cosas no hay que decirlas, que ciertos formalismos hay que tener aunque uno no los use siempre. Yo me ruboricé un poco, lo admito. Cuando saludaste a mi mujer dijiste: “¿La mujer de Martín Aon? Te compadezco querida.”

Martín Aon