jueves

SU DULCE DOLOR

Ayer mamá me lo contó: me falta poco tiempo para nacer. Me lo dijo en un tono raro. No me gusta nada cuando ella está así. Yo me doy cuenta, porque cuando está triste no me llama por mi nombre. Me habla pero ajena, ausente. En cambio, hay días en los que no para de acariciar su panza y de hablarme, usando mi nombre a cada instante; dice que nombrarme la tranquiliza, la inunda de paz.

Mamá es muy jovencita y muy grande a la vez. Si alguien pudiera ver su corazón desde el lado de adentro - como yo la veo -, le costaría creer que siendo tan chica e inexperta, pueda tener tanta firmeza de espíritu, tanta determinación, tanta fe.

Cuando se enteró que yo iba a venir, las cosas no le fueron nada fáciles. Todavía hoy, se niega a contarme bien todo lo que pasó con papá. Yo sé, igualmente, que él al principio nos rechazó; se sintió humillado. Algunos le gritaron que no me tuviera. Pero ella me defendió con sus rodillas contra el piso; con sus manos juntas clamó por mi vida, ¡por mi vida!. Amo a mamá.

Papá no es mi verdadero padre. Es un tema muy complicado para explicar. Esa dificultad le trajo un montón de problemas a la vida de mamá y a la de él. Hubo momentos en los que en verdad temí no llegar a nacer. Pero finalmente papá nos aceptó. Y no sólo eso, sino que pasó a defendernos incluso anteponiendo su propia vida. Ahora vivimos los tres juntos, y él trabaja el día entero para que nada nos falte. Confío en papá.

Muchas mujeres tocan la panza de mamá para sentirme. Algunas hasta me besan, como mi tía. Cuando fuimos a visitarla, se la pasó acariciándome y repitiendo que me amaba. Ese día conocí a mi primo, que todavía está como yo, barriga adentro. Mamá y la tía lloraron toda la tarde mientras hablaban de nosotros. Pero lloraban con alegría, sin pesar. "Cosas de mujeres", dice papá, cuando mamá llora y sonríe a la vez. Cosas del Amor, pienso yo. Cosas del amor...

Por momentos preferiría quedarme para siempre dentro de mamá. Ella es tan dulce. Siento que nada malo puede ocurrirme estando tan cómodo, tan protegido en su vientre de miel. Las cosas que suceden afuera me atraen pero me asustan. Mamá repite que no soy suyo sino de Dios. Amo su entrega, y a la vez me niego a abandonar su cuerpo, mi cálida casa visceral. El mundo es un misterio que necesito revelar. Pero ya tendré el tiempo y el valor para eso. Ahora quiero seguir disfrutando de mi cuna en las entrañables entrañas maternas.

Sobresaltado, le pregunto el porqué de tanto movimiento. Mamá me responde que vamos al lugar en donde yo asomaré a la vida. Me pongo muy nervioso y empiezo a moverme. Papá está cansado, y dice que todavía falta. Ella también está agotada, pero no se queja de mis embestidas; se contrae y me comprende.

Ya es de noche, y mamá está más feliz que nunca, aunque algo inquieta. Temprano me cantó varias canciones con su voz calma y armoniosa. La noto repleta de paz. Repite mi nombre cada vez que habla con papá, que también está feliz.

Me anuncia que pronto veré su rostro y beberé de ella; pronto me alumbrará. Me suscita. Se aceleran mis latidos. Nado con premura buscando emerger; ansío tanto contemplar sus ojos iluminados.

Tiemblo. Vuelve a contraerse. Me celebra. Lato.

Para serenarme, mamá me habla. Me cuenta que todos venimos al mundo con una misión a cumplir. Inhala y exhala muy agitada. Sigue hablándome. Con tono entrecortado agrega que algunos saben desde antes, como ella, cuál es su tarea en la vida, y que otros la descubren luego.

Ya respira demasiado aprisa. Papá se asusta. Yo también. Comienzo a sentirme succionado. Mi corazón se contrae y se dilata al mismo ritmo que el cuerpo de mamá, que vuelve a hablarme. Me dice que me aguarda y que siempre me cuidará. Lloro. Papá la tiene tomada de las manos y le repite con calma que el momento ha llegado. Ahora él llora.

Mamá deja caer su cabeza hacia atrás. El cielo abierto y oscuro es testigo silente de su dulce dolor; de cómo el calor le funde la carne para fundarme. Sigue hablándome. Quiere que vaya hacia ella. Tengo miedo, y le hago saber mi negación a originarme. Me pide que confíe, y me revela que su trabajo en la vida es tenerme a mí, que para eso nació. Esa es la confirmación de amor que necesito. Llega el vértigo. Transpira. A ella voy.

Siento que mi cuerpo se oprime y se desliza. Temo. Empiezo a aflorar. Le pido que no deje de hablarme. Jadea. Estoy llegando. Se sofoca. Le digo que yo desconozco cuál es mi misión. Ella abre sus ojos húmedos y clava su mirada en una resplandeciente estrella en el cielo, mientras me dice las últimas palabras que escucharé desde su vientre:
- Ya pronto la descubrirás, mi dulce Jesús.

2 Comentaron sin empacho:

Consol dijo...

Señor Martín,hoy en mi ritual de sofá, café y sus relatos, se añadió la lluvia tras los cristales. Emocionada leía la tierna historia que narra usted con tanta maestría. Al final, como parodiándo a la lluvia, unas lágrimas cayeron desde mis ojos. ¡Qué belleza!

Martín Aon dijo...

QUERIDA SIBERIA
Gracias.
Gracias.
Gracias.
Le cuento algo así dejo de redundar en agradecimientos.
Ese texto lo escribí en un taller literario.
En realidad es el resultado de un ejercicio.
Se daba una consigna general para todos los asistentes y a partir de ahí uno escribía un texto. No había un tema puntual. Los resultados fueron completamente diferentes entre cada alumno-escritor. En mi caso, salió ese texto tal cual lo ha leído.
De nuevo: GRACIAS.