miércoles

GRACIAS A LOS HUEVOS

El recorte corresponde a uno de los textos firmados por mí que fueron publicados en la sección Cultura del Diario La Capital de Mar del Plata.

Hace poco tiempo recibí un e-mail en donde me contaban lo siguiente.

Una familia pasó unos días de vacaciones en Mar del Plata. El día en que volvían a su ciudad natal, en otra provincia, la señora hizo unas compras en un almacén del barrio en donde habían alquilado la casa para alojarse por una semana. Como los precios le resultaban convenientes en relación a los de su cuidad, decidió llevas tres cajas llenas de distintos alimentos.

Días después, ya en su ciudad, la señora se dispone a preparar la cena y recurre para ello a una de las cajas traídas desde Mar del Plata. Cuando la tortilla de papas está en plena cocción, la dama repara en el papel de diario que envolvía los huevos que usó. Ahí encuentra el arrugado texto “Las socias directas de Dios” y lo lee. Luego lo recorta y lo cuelga en la puerta de la heladera (marquesina publicitaria y agenda doméstica).

Omito decir qué me contó acerca del texto por que me da vergüenza. Digo, sí, que al tiempo, debido a una mudanza, perdió el recorte del diario y a raíz de eso me escribió para pedirme que por favor le envíe la nota. La verdad es que en una de las tantas luchas que tengo con mi maldita computadora, ella ganó, y yo perdí todas las direcciones de e-mail. Así que si alguien en la provincia de La Rioja conoce a la señora de la tortilla de papa, por favor díganle que acá está su texto, y el autor sinceramente agradecido.

Las socias directas de Dios

a mi vieja y a la de Ella

Llevate abrigo o Eso te queda hermoso, son apenas dos de las muchas frases que nuestras madres nos han dicho y nos dirán hasta el hartazgo. Sin importar, incluso, que afuera el termómetro marque cuarenta y seis grados de calor a la sombra o que le estemos mostrando como nos quedó la ropa después de habernos revolcado en el barro. Es que para la opinión materna, exageradamente subjetiva, poco importará en realidad, cómo luzcamos o que temperatura es la que en verdad hay. Sin embargo no hay ninguna mentira en sus opiniones; nos dicen lo que ciertamente creen. Sus ojos ven esto: que somos los más lindos del mundo, los más inteligentes, los más buenos (lo malo son las juntas – en mi caso acaso sea cierto-), que somos -en definitiva- sus hijos.

Todo esto no tiene de ningún modo carácter detractor. Por el contrario, las mamás gozan de un permiso tácito y especial para ese tipo de cosas. Y, por otro lado, bien ganado se lo tienen. A ellas nada les importa más que sus hijos. Harán lo que haga falta (esto dicho en el más elemental de los sentidos) para brindarle felicidad y no dejarán que nada ni nadie los lastime. Algunos atribuyen esta actitud de defensa a un impulso o reflejo instantáneo e indeliberado que llaman instinto. ¿No habría que llamarlo Amor?.

Cuenta la Biblia que estaba Jesús con su madre en una boda realizada en un lugar llamado Caná, y a los organizadores se les terminó el vino. Jesús era todavía un joven común y corriente y participaba de la fiesta como cualquier otro. María, por ser amiga de los padres de los novios, se enteró lo que ocurría con el vino; por ello fue directamente a su hijo y le pidió que hiciera algo para ayudarlos. El joven se quejó diciendo que aún no era su tiempo. La madre, firme, sin dejar de mirarlo a los ojos, les habló a los que estaban parados alrededor y les dijo que hicieran lo que Su Hijo les pidiera. Entonces Jesús mandó a traer barriles con agua y, detalle más, detalle menos, los convirtió en vino de primera clase. Así quedó grabado lo que después se conoció como el primer milagro de Jesús. Incitado, inducido por su madre. A mí me gusta imaginar que a Jesús -como a la mayoría de nosotros- le resultaba imposible decirle que no a “la vieja”.

Las mujeres son poseedoras del mayor atributo que alguien pueda tener: son creadoras de la vida, más -mucho más- que el hombre. Son las socias directas de Dios.

El vínculo materno, al que hasta la justicia reconoce (a una madre no le cabe pena por encubrir a un hijo), es fruto del esfuerzo que representa ser mamá. Ellas, ante todo, nos han deseado tener desde que eran muy chicas cuando jugaban, con total inocencia, con las muñecas y muñecos que simulaban ser sus hijos. Ese infantil gesto condensa el mandato de su naturaleza maternal.

Todos los lugares comunes acerca de las madres son, antes que nada, ciertos (por eso adquieren esa categoría). Por mor de ser veraz, confieso mi incapacidad para evitarlos al decir que nadie podrá jamás sentirnos como ella, que sintió cambiar su cuerpo al mismo ritmo en que el nuestro se iba formando; y que, tal vez con dolor, nos hizo existir, sellando un pacto vital con su Socio.

Adhiero a los que afirman que en el cielo las madres tienen reservado un lugar de privilegio porque, de todo lo que Dios creó, ellas son lo más parecido a Él.

1 Comentaron sin empacho:

Elena dijo...

Pollerudo confeso:)
No, hablando en serio, es lindo que piense así de su mamucha, o de las Mamuchas, así en general. Ahí hay amor, sin duda, las viejas son personas hermosas.
Un abrazo, Martín mago.