martes

ALEJO SALEM*




Imperdonable

En el juicio final de todas las noche
-donde no caben
misericordias cómodas
ni deambulan ejércitos honestos-
se ubican en el estrado
los harapos de i ética marchita
y mis luces (que no omito).

Me siento
En el sillón más importante,
Y agito un mazo
Pequeño pero firme
Proclamando
La justicia como orden;
Me desdicen
Mis ojos trasnochados,
Mis manos usureras, mi no-fe.

Me acusa ese fiscal
-yo con corbata-
de abandonarme
a suertes heresiarcas,
de malgastar el hígado en quimeras
y de dar de cenar mi carne
a las promiscuas.

Me defiende mi sonrisa oblicua,
Blandiendo una espada de juguete:
Afirma que soy libre de pecar,
De prodigar
El tiempo que se puede,
De ajarme –si es mi gusto-
Los pies
Buscando nadas o princesas.

Sutil,
Debo encontrar un veredicto
(difícil tamizar tantas verdades);
me excuso
de emitir una sentencia:
soy eso que me acuso
y mi ley muerta,
mi criminal amable,
mi héroe justiciero,
el carcelero,
el loco,
el bueno,
el tonto.
Autor de los delitos,
haragán con receta.

Yo, mi acusado,
Me condeno a dormir,
A reparar los daños en un sueño
O a dañarme,
Soñando sin reparos
Que corro
Y que me alcanzan mis miserias.

(*)Alejo Salem es un escritor irrenunciable. Amigo, socio, colega y compañero de toda clase de bebidas e infusiones. Básicamente, es un Capo.
Nota: la ilustración pertenece a Sigma.

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