domingo

CARTA ABIERTA AL MAESTRO JULIO ALFONSO


“Uno es de los que cree que la poesía en sí es revolución pura,al margen de aquello que contenga. Pienso que todo buen verso no pierde vigencia, que ha de estar siempre con su alado testimonio hablándonos sobre cosas de la vida.”

Julio Alfonso
Maestro...

No he vuelto a escribir, Julio. Es cierto que probé con unos párrafos, pero tuvieron merecido destino de avioncito de papel. Así que estas torpes palabras -líneas sin relieve- son las primeras que ensayo en meses.
Este desamparo o, dicho mejor, esta profunda orfandad literaria hace que ahora me acurruque en el lugar de compilador, que como sabemos es mucho más fácil que el de escritor. Y lo que quiero subrayar, a falta de talento, es un puñado de recuerdos que te involucran.
Empiezo por la primera vez que tuve contacto con vos: fue mediante un intercambio de correos electrónicos, en los que yo te mandaba unos textos míos –eran muy malos, ahora lo sé-, ansioso por que los lea Un Escritor de Verdad, y vos en tu generosidad les perdonabas la vida. Yo decía algo así como que la vida me pisaba los talones, y vos te despachabas con un: “El tiempo, en su urgencia por huir, tomó caminos malogrados”.
Llegaron después los primeros talleres literarios en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino, las horas de charla, tus permanentes aportes, giros en verdad inmejorables (fuiste capaz de innovar en un museo).
La cátedra te quedaba bien, pero mejoraste la escenografía trasladándonos a una mesa de café los martes a la tardecita. Cuánto gusto por escucharte entre el cortado y el humo de los 43/70. Qué simpleza para decir con poesía lo que el resto no. Cuánto afán por lo social y lo bien dicho.
Te conté una vez que me iban a dar una Mención de Honor en un Certamen de Poesía. El día de la ceremonia apareciste con tu mujer en el lugar. “Salimos a pasear y llegamos acá”, soltaste como saludo. Después de escuchar la lectura de todos los trabajos premiados te acercaste a murmurarme: “tendrías que haber ganado vos”. Yo sabía que no tendría que haber ganado (ni participado) – a lo mejor vos también lo sabías-, pero estabas ahí, acompañando y confirmándome a mi como escritor. Maestro. Me sentí escritor desde ese día gracias a vos.
Empezar bien la semana no es tarea fácil para un mortal estándar. Sin embargo los días lunes, los que te leíamos en el diario encontrábamos en tus textos un antídoto artístico contra la mediocridad semanal. Tus ineludibles “Apuntes de un Desvelado" resplandecían en sensibilidad y talento; transformando a veces una opaca nostalgia en una brillante reflexión. Por ejemplo, tu nota “El otro Herodes”, en la que contabas que un chico de ocho o nueve años te había dado en la calle un folleto de publicidad de una casa de “citas con señoritas”. Recuerdo que tus palabras fueron tan certeras que hasta el Honorable Consejo Deliberante de la Municipalidad del Partido de Gral. Pueyrredón trató el tema de los chicos de la calle citándote. Creo que algo se hizo al respecto (no mucho, nunca es mucho en ese tema). Cuántos pibes te la deben sin saberlo. Y cuántos te la debemos sabiendo.
Te debo incluso el título del libro que todavía no terminé, el de los cuentos marplatenses “Pequeños actos para morir un poco menos”. Cuando puse ese título me sonaba de algún lado. Supuse que me lo estaba robando involuntariamente así que le escribí a mis amigos para preguntar de donde había salido esa frase. Claro, de dónde iba a salir si no era de vos. En una entrevista radial te preguntaron porqué escribías. Contestaste “Escribo para morir un poco menos. Para fijar residencia en el recuerdo”. Qué talento para responder, amigo, y qué visión: te radicaste en nosotros.
El perfil bajo no es una pose; es una forma de vida. Eso lo aprendí de vos en la práctica. No hay persona de los medios que no te conozca. Los martes en el café te nombrábamos por distintos temas a varios periodistas, locutores, músicos, funcionarios de la ciudad y a todos los conocías de chico, con todos tenías anécdotas para contarnos en esas tardecitas memorables. O pasaban por la vereda, te veían y entraban a saludarte. Vos jamás te jactaste de nada ni de nadie. El colmo del perfil bajo para mi fue cuando fuiste a ver una de las obras de teatro que escribiste “Los menesterosos” y te sentaste en el fondo a para “darte el gusto de ver vivos a tus personajes”. Te fuiste cuando terminó el último acto sin darte a conocer.
Qué lindas cosas nos contabas, Julio. Como cuando trabajabas en LU9 Radio Mar del Plata, que transmitía desde La Casa del Puente. Pegado a la Casa pasaba el tren. Tenían que hacer señas al maquinista para que no tocara la bocina de la locomotora porque el ruido salía al aire. Y si no le acercaban algún presente a los conductores la bocina salía por la frecuencia de la radio con la frecuencia del ferrocarril.
Y dejé para el final de esta carta la única vez que me regañaste. Fue cuando me presentaste a tu mujer y yo a la mía en aquella entrega de premios. Saludé a tu esposa y le dije: “Señora de Julio Alfonso, la compadezco por el marido que tiene.” Me miraste serio, y me dijiste que ese tipo de cosas no hay que decirlas, que ciertos formalismos hay que tener aunque uno no los use siempre. Yo me ruboricé un poco, lo admito. Cuando saludaste a mi mujer dijiste: “¿La mujer de Martín Aon? Te compadezco querida.”

Martín Aon

2 Comentaron sin empacho:

Anónimo dijo...

Martín, es una carta preciosa.


Me alegro tanto de que te hayas decidido mostrarnos lo que escribes en este blog.

Un abrazo. Erne.

Anónimo dijo...

Gracias Martín
Qué bueno ver en otros ojos lo que uno también vio. Qué manera de describir a una persona excepcional.
Es también una linda forma para que la tan mentada Fiorella y la en aquellos tiempos incipiente Guadalupe conozcan a ese tipo de las fotos que les indicamos como el abuelo Julio.
Muchas gracias.
Sergio ssaripi@hotmail.com