
Sr. Carmelo Capazzo:
Perdone que ya no lo tutee, cosa que he hecho durante el verano pasado, preferentemente de noche y particularmente bebiendo, pero ahora que estoy recompuesto creo que corresponde que asumamos la distancia que nos da la clase social, ya que no la edad.
Como usted habrá descubierto, el motivo de esta misiva no es otro que el de comentar sobre el suceso que vio envueltos a dos amigos nuestros, me refiero a Martín Aon y a Alejo Salem (por orden alfabético), personas que, si bien distintas, distinguidas y distinguibles, se confunden en una amistad y un afecto para quienes, como usted y yo, los miramos de cerca.
Usted, como todo hombre bien informado, estará al tanto de la solicitada publicada en numerosos matutinos (y también en 5ª y 6ª) del país. Allí un infame y cobarde periodista osó difamar a nuestros amigos catalogándolos de mujeriegos, ebrios y malolientes, entre muchos otros adjetivos falaces e inaplicables.
Convengamos que el término "mujeriego", si bien está aceptado por la Real Academia, es un tanto impreciso, cuando no ensalzador. ¿Cuántas mujeres debe uno contactar para serlo? ¿Acaso después de haber pernoctado con 2, con 20? ¿Es necesario yacer con esas mujeres para ser llamado así? ¿O sólo hace falta el intento?. Estas preguntas que torpemente esgrimo no esconden una defensa de nuestros amigos. Sólo trato de derramar una tenue luz sobre tamaña denuncia infundada.
Por otra parte, las mismas preguntas pueden ser, y lo son, aplicables al término "ebrios".
Con respecto al término "malolientes", la cuestión admite avanzar unos pasos más. Lo explicaré en breves palabras: todos conocemos a alguien a quien un olor le desagrada. Así, la palabra "maloliente" es tal vez la más subjetiva del diccionario. Con este procedimiento puedo acusar de maloliente a toda persona que utilizare una determinada fragancia; verbigracia: "Carolina Herrera for men", ya que me disgusta particularmente.
Creo que quien levante el dedo acusador deberá primero cepillarse las uñas, asear sus manos, enjuagarse, al menos.
Perdone que retome con el término "ebrios". Usted sabe que no quiero ser cargoso, paro la indignación me moviliza.
Hemos compartido -usted es testigo, cuando no promotor- innumerables noches literarias con estos dos amigos e incluso con algunos más. Creo que nadie puede disfrutar de una reunión entre amigos sin alguna bebida para compartir. Que Martín Aon y Alejo Salem (por orden de aparición) hayan tratado de comprar acciones de una firma productora de aperitivos, responde a un proyecto de inversión y no de inmersión, como ha sugerido este nefasto periodista que firma J. F., seguido de un número de documento, escudándose en un anonimato que le permite que yo no le rompa los huesos.
Sé que usted, más cerca de la sabiduría que de la vejez, sabrá dictar las palabras indicadas para calmar la cólera que me invade y la tristeza que ha dominado a nuestros amigos.
Atentamente.
Ezequiel Guernica
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Sr. Ezequiel Guernica:
Su respetuoso tono hacia mí no hace más que confirmar lo que ya sabía y tal vez no decía: usted es un verdadero caballero. Le hago llegar, junto con estas líneas, mi admiración tanto por su obra como por su persona.
Es de lamentar que el motivo que nos impulse a intercambiar estas esquelas sea el del acaecimiento que tiene como víctimas a dos amigos nuestros. Los queridos (?) y populares (??) Alejo Salem y Martín Aon (por orden antojadizo) fueron detractados pública e injustamente por un vil rastrero, resentido y envidioso que aprovechó la ocasión para intentar lucirse, alzando un estandarte que le es por completo ajeno.
No me interesa gastar adjetivos en ese oscuro periodista decrépito y demagogo, en ese pedante peligroso que -guiado por el despecho- escribió que nuestros amigos eran vistos con frecuencia merodeando a damas diversas, e incluso de vidas licenciosas, y no dudó en reputarlos de mujeriegos y hasta de rufianes.
El cretino, no contento con el daño, a poco de enterarse de una graciosa competencia que entre ambos realizaban, no vaciló en llamarlos pestilentes, hediondos y malolientes. Y aunque es cierto que ellos jugaban a ver quien pasaba más tiempo sin bañarse, este escriba impiadoso podría haber destacado el aspecto ingenuo y casi infantil de dicha justa.
La tercera de las falsas acusaciones es también la que más me indigna: sé que el fútil cronista esperó agazapado hasta poder verlos abrazados una madrugada, vomitando en una vereda, para gritar a los cuatro vientos que eran unos ebrios irredimibles; sin haberse tomado la molestia de constatar que además de líquido, también esputaban restos de lechón y chorizo colorado. ¿Ve cómo es? A quien anda mal del hígado no se le perdona ni un pequeño exceso.
Por todos estos sucesos, tengo que contarle, admirado Guernica, que una amarga reflexión nubla mi espíritu. Me entristece pensar que en las huestes encargadas de informara la población existan sujetos tendenciosos, sólo diestros en la ruin faena de tergiversar la imagen pública de personas de bien.
Ahora me invade otro pensamiento, que viene a copular con el anterior: si existen imbéciles que escriben noticias así, también hay homónimos que las leen y las creen. De este (no siempre estéril) apareo de necedades debe ser hija bastarda la mediocridad reinante con la que a diario nos topamos. Y así, sin más, hay personas que leen por allí que Alejo Salen y Martín Aon (por orden caprichoso) son unos ebrios, mujeriegos y malolientes y lo dan por hecho.
Lo digo y lo repito hasta el tedio (como al ajo): entre esas acusaciones y la realidad, existe la misma distancia que hay entre el lugar en donde estoy ahora y el que quiero llegar algún día; o, mejor aún, hasta el lugar que no llegaré jamás.
Junto con el frío, que me viene de la ventana entreabierta, me llega otra mala noticia: alguien cercano recién me alcanzó un artículo publicado en una revista hecha por y para mujeres. En el título del recorte se puede leer "Malditos Hombres", y en el correr de la nota (escrita como en el colectivo), me encuentro con que los nombres de nuestros vapuleados amigos encabezan el ranking de los "Machistas Mentirosos".
Respetado Ezequiel, me gustaría saber si lo ha leído y, si es así, qué piensa al respecto. Comprenderá -usted que todo lo entiende- que la aparición de estas femeninas infamias me han quitado hasta las ganas de explayarme; por tanto lo dejo en sus manos, ya que, de paso sea dicho, sabe mucho más de mujeres que yo.
Me queda la nada grata certeza de haberlo aburrido con mis quejas.
Le envío un cálido abrazo, y luego otro, desde los pasillos de la indignación.
Carmelo Capazzo