viernes

YO, EL PEOR DE TODOS

“¿Me contradigo?...Pues bien, me contradigo.
Soy vasto. Contengo multitudes.”
Walt Whitman.

Los romanos utilizaban siete letras para expresar su sistema numérico. Del mismo modo, puedo usar los siete pecados capitales (pecados de los que soy un fervoroso usuario) para expresar mi autodefinición.

Es ahora la hora de admitirlo: soy mi peor invento.

Me solazo jugando a ser muchos distintos para no tener que responder por ninguno de ellos. Presento al embelesador, que oculta al embelecador. Improviso a un eximio, merecedor de un exilio. Expongo al jacarandoso, pero asoma el jactancioso. Soy -usando un título de Salem- mi mejor Contradicción.

Descreo de todo menos de mi certeza absoluta en la inexistencia de certezas absolutas. Desdeño lo que enseño; aprendí de mí a hacerlo.

Aseguro que nadie me ha visto nunca. Han visto, en cambio, a algunos de los que digo ser. Me place -no lo niego- ser todos los que creé (y no me los creo).

Soy inoportuno e intangible como un fantasma; poco comprador e inconstante como un duende venido a menos; literalmente fantástico, como un dragón en desgracia.

Soy el menos indicado y el más señalado; el que ama y hiere; el que no deja rastros sino cicatrices. Soy el delicioso imperdonable; el que llora en público y ríe en privado; el que otorga cuando habla y el que calla al recibir (y el que da para que tengas).

Soy un vampiro con crucifijo; un escocés con bermudas; un obispo con esposa. Soy el que se excede en excusas y carece de motivos; el umbral previsible de mi propia conformidad.

Soy el locuaz más silente; el juglar de entrecasa; el Ulises de jardín. Soy el pecador inconfeso; el casto mujeriego: el hereje que ríe en la pira. Soy el soez refinado, el de las lágrimas de reptil; el de la risa socarrona.

Soy uno de los sospechosos de siempre, de los intocables, de los perros de la calle. Soy - también- el bueno de una mala película; el polizón de la vida, el prorrogado; el que pide moratorias para jamás cumplirlas; el desertor de causas nobles.

Soy el sujeto mal predicado; el de adjetivos circunstanciales; el de pretéritos imperfectos. Soy el de lengua literaria y literatura charlatana; el de verbos inconjugables: el de presentes más bien tácitos.

Soy el que sueña con estar entre los primeros, pero tiene debilidad por los cuartos. Soy al que se le hirvió el agua para el mate; la bola ocho entrando primero; el cuatro de copas de mano. Soy el más tramposo de los leales.

Soy el que le puso la tapa a Pandora; Sansón con caspa. Soy por quién Cortéz no hubiera quemado ni una canoa. Soy un denario falso; un paraguas en Sodoma; la toalla de Pilatos; una herradura en Troya. Soy Rómulo alérgico a los lácteos.

Soy el que nadie quiere como yerno y el que algunas desean en su almohada; el que habla con rodeos acerca del grano. Soy el infame, el canalla, el bueno, el último..., y el que menos; el que se emociona sin causa, y el inconmovible.

Soy quien aspira a ser más besado que la sortija papal, la camiseta de la selección o que mi primera novia.

También sé -lo admito- que tengo un lado malo. Pero de eso han de encargarse mis detractores. Yo prefiero seguir pensando en los que soy, además de ser el más analfabeto de todos los que escriben.

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